Por lo que se observa hasta ahora, y a menos de cuatro meses de las elecciones del primero de julio próximo, pareciera que no van a cambiar mucho las posiciones y percepciones respecto a los tres candidatos a la gubernatura en Veracruz. La lucha por el poder no presenta muchas dudas sobre los que pueden alcanzar el triunfo electoral.

Si se analizan las situaciones que están ocurriendo entre las bambalinas de sus equipos y fuerzas que los apoyan, podemos entender que los efectos causados o esperables, serían similares a un simple bamboleo: los candidatos se mueven, es cierto, pero únicamente de un lado a otro, sin perder el sitio en que se encuentran.

En el caso de Miguel Ángel Yunes Márquez, el tsunami que trata de hundir a Ricardo Anaya y su vapuleado frente, que se disfruta y se sufre en el centro del país, quizá acá en el suelo jarocho no sea tan perjudicial para el primogénito del gobernador Yunes. Tampoco se puede ignorar el hecho de que este candidato goza del generoso beneficio de los programas y acciones que promueve el ejecutivo estatal. Por otro lado, no deben ignorarse los cada día más fuertes rumores, en el sentido de que prominentes y pesados exfuncionarios duartistas, intercambiaron beneficios y obligaciones con la casa real del estero boqueño. Si esto es verídico, los otros contendientes poco podrán hacer ante tal despliegue de fuerza.

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Sobre Cuitláhuac García no es mucho lo que puede hablarse, como poco es lo que él suele comunicar. El académico viaja seguro sobre la montaña rusa que representa Andrés Manuel. Morena y López Obrador, son las marcas comerciales que sustentan su aspiración. Pian, pianito se conduce por los salones el ágil bailaor de la noche xalapeña.

A Cuitláhuac tampoco parecen afectarle los teledirigidos obuses que le mandan a Hipólito desde oscuro territorio, con el fin de demeritar a Morena. En su caso, el verdadero peligro estriba en la ausencia de cuadros serenos y avispados que vigilen las casillas y los votos en pueblos y rancherías, el día de la elección.

En el caso de Pepe Yunes, el caballero de la triste armadura, las cosas no caminan tan bien como aseguran añejas mesas de análisis autocomplaciente. Es cierto, ya llegó Beatriz con sus paredes agrietadas y a punto de desmoronarse. Y eso de qué sirve. Sólo para consumir más cafeteras de líquido descafeinado y tibio, aunque el que lo sirva, efectivamente lleve pantalones y firme.

En el caso de Pepe, él debe creer a pie juntillas que lo respalda un fuerte rinoceronte que conduce una enorme manada. La realidad es que José Francisco está enamorado de sus ambiciosos secuestradores, que lo agarran como bandera económica, y sufre el famoso síndrome de Estocolmo. Tampoco hay manadas, salvo los convenencieros seguidores del que va a la cabeza.

Su fiero animal, el que según la visión pepista, romperá columnas, cercos y avanzadas, no es más que un grueso y forrado cochino de pueblo, al que no tardan en descubrirle el lodo y llevarlo al castigo junto a Chema, el operador financiero de las cuevas americanistas, con su Cristo particular. No son pocos los que opinan que la triste y pesada armadura llena de lastre y cascajo, es la que llevará al fondo de los mares a Pepe, el bueno.

Aunque la explicación a todo este cúmulo de desaciertos ¿intencionales? del candidato del PRI, puede ser una sola: que los que quieren que sea gobernador, son sus familiares y amigos, más que él mismo. Este hombre de carne y hueso, de aciertos y errores, de misterios y prendas que lo sustentan y dan vida, parece desear otro tipo de destino, uno más humano, más auténtico, más verdadero.

Falta poco para saber si ganan los padres o los hijos; los impulsores, o los que cargarán con la pesada roca veracruzana.

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