Cuando concluya el año 2030 y la gobernadora Rocío Nahle García esté entregando la administración estatal a su sucesor, los veracruzanos habrán completado 20 años de escasa construcción de obra pública en el territorio, financiada con recursos gubernamentales de esta entidad federativa.
Se trata ya, de un decepcionante fenómeno que se ha venido observando desde el sexenio de Javier Duarte de Ochoa hasta ahora, incluyendo las gestiones de Miguel Ángel Yunes Linares y Cuitláhuac García Jiménez.
Y es una realidad que desde sus campañas políticas, todos ellos ofrecieron el mejoramiento de la infraestructura y la construcción de obras de edificación necesarias para poder hablar del progreso y de la satisfacción de las necesidades de desarrollo social y humano de la población.
Javier Duarte puso en marcha su programa Adelante, el que básicamente consistió en pintar escuelas y edificios públicos, junto a la abundante repartición de cemento, láminas de zinc e incluso zapatos y mobiliarios menores, acompañando estas acciones con consulta médica, cortes de pelo y otros apoyos asistenciales en las giras de trabajo “Adelante” con cientos de burócratas que debían viajar a los municipios los fines de semana.
A la mitad de su ejercicio se acabó el presupuesto y como este estaba limitado por la alta deuda bancaria contraída en años previos, al concluir sus seis años, el cordobés sólo entregó unas cuantas obras, de las que se recuerda la pavimentación con concreto hidráulico de la avenida Lázaro Cárdenas en Xalapa. Fueron seis años de mucha palabra, circo y escasa obra pública.
Yunes Linares gobernó únicamente dos años y su capital político lo fundamentaba en abanderar la lucha por castigar las conocidas corruptelas de Duarte, mediante una intensa campaña de descrédito de su antecesor y su familia. Duarte fue detenido y enjuiciado y en este instante cumple en el Reclusorio Norte una sentencia que está por concluir. Sobre las obras del yunismo azul, que se pueden contar con los dedos de una mano, basta recordar la fallida pavimentación de la carretera Xalapa-Coatepec, que a estas alturas, con su peligroso pavimento resbaloso y tantas correcciones y remiendos, seguramente se convirtió en el camino más caro de la historia de Veracruz y más dañino para los dueños de vehículos que la transitan.
De Cuitláhuac García, quien blofeó pavimentar y reconstruir 7 mil kilómetros de carreteras estatales, es muy poco positivo lo que de su ejercicio puede hablarse, salvo su acendrado gusto por el machete y el baile de fin de semana, también haciéndose acompañar por la muchachada de las oficinas que debían asistir con él y sus comandantes a chapear camellones y vialidades urbanas. De su legado sexenal mucho se ha escrito del estadio de los tiburones rojos de Veracruz y del esqueleto interminable del Nido del Halcón en Xalapa, que quizá debiera llamarse nido de buitres ladrones. La obra pública ofrecida por él y por su mentor López Obrador en materia de arreglo de caminos, se encuentra sólo en las hemerotecas y en Google, su signo sexenal fue el circo, la simulación y el nepotismo.
En el caso de la ingeniera Rocío Nahle y sus compromisos de obra pública, puede afirmarse que por este, su primer año, sólo son promesas. De los avances, ya el periódico La Silla Rota presentó los escabrosos detalles sobre empresas foráneas o señaladas por las instancias fiscalizadoras, así como los cuestionados “procesos” de licitación en cada contratación. El Ingeniero Cornejo sigue adecuando su súper secretaría de obras, junto a las leyes y las planeaciones de palabra fácil, para, ahora sí, a ver cuándo se ven avances físicos en campo.
Y tal vez con Nahle no veamos obras o estadísticas como aquellos “Mil puentes de la Fidelidad”, que llegó a numerar incluso con su respectiva placa, cada una de las obras de ese tipo en la época de Fidel Herrera.
Quizá lo que sí veamos, sea algo así como la abundante numeralia y los detallados beneficios económicos y sociales de “Los Mil Festivales para Poner de Moda a Veracruz”. En descargo de Nahle y sus tres antecesores, debe reconocerse que de ninguno de ellos se hacía o se hizo jamás un escenario de un alto número de obras públicas. En ellos, no se vieron jamás tamaños para logros constructivos de esa envergadura o impacto real.
Discursos huecos y política festivalera es lo que hay de sobra. Obras públicas, ya las veremos, primero Dios.










