Más que en otros años en Veracruz, el 2018 está reflejando todo lo que la entidad ha vivido en la última década. Y de acuerdo a como se han dado las cosas, pareciera que lo malo ha superado a lo bueno. Pareciera también que la cadena de hechos cuestionables y terribles que se han suscitado en diversos puntos del territorio, o que se han dado a conocer durante estos meses, ha generado un desánimo generalizado, el que, desde luego, permea a todos los sectores de la vida estatal.

A la infame cifra de asesinatos y delitos que se fueron acumulando en una enorme estadística estatal, ahora se ha hecho más patente la ineficacia de los cuerpos de policía y seguridad pública que operan en la entidad, o que quizá en su mayoría, simplemente se dedican a transitar de un lado a otro en los 212 municipios.

Y al desaliento de la población no lo curan ni las más agradables revelaciones del espectro noticioso. Ni el aumento de las remesas de dólares provenientes de Estados Unidos; ni los cientos de programas y apoyos sociales, ni la disminución de pobres que anuncian los gobiernos federal y estatal; ni los miles de trabajadores contratados e inscritos al IMSS; ni la gran inversión en el nuevo puerto de Veracruz, que multiplica la economía; ni el desarrollo minero para extraer el oro cercano a Laguna Verde, o los proyectos petroleros concesionados a empresas extranjeras.

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Tampoco las obras de infraestructura para hospitales y carreteras que presume el gobierno de Yunes Linares, han funcionado para crear confianza social.

Y mucho menos, las emotivas cifras de ocupación hotelera y de visitantes y el éxito en los eventos de promoción turística como las Fiestas de la Candelaria o el Carnaval de Veracruz y su “bajísimo” índice de asesinatos y robos. Ni esos resultados reales o mediáticos, cambian la percepción de la gente.

Algo grave sucede en el ánimo de los veracruzanos. La destrucción del tejido social, de la tranquilidad y de la paz pública avanzan como las siete plagas. Por esa razón, día a día, la desconfianza en las instituciones, autoridades y políticos se vuelve más grande. Y es un síntoma que se está haciendo costumbre, y es persistente y molesto para la sociedad y para quienes toman las grandes decisiones.

Pero, cómo va a ser de otra manera, comprobando la ingente cantidad de asesinatos, de decapitados, de secuestros y de problemas de seguridad pública que por todos lados lastiman a la sociedad.

Cómo van a ser distintas las cosas, si como en estas fechas de febrero, se habla de espeluznantes delitos de lesa humanidad y hasta de cadáveres enterrados debajo de los cimientos de la Academia de Policía en Emiliano Zapata. Cómo va a ser diferente, cuando nos enteramos de que varias personas recientemente desaparecidas en diversos municipios, les sucedió “por su relación con grupos de delincuentes”.

O es muy grande la delincuencia, o es que en Veracruz es muy grande la incompetencia y la omisión para acabar o mitigar este lacerante problema.

Quizá la deshonestidad y la incompetencia se volvieron endémicas en el estado, y por ello, no creemos en autoridades, en políticos, en líderes de partidos, en periodistas, ni en nadie. Y por lo mismo, no creemos en candidatos que no muestran condiciones para enfrentar ese tipo de retos.

Se puede concluir entonces en que la desconfianza y el descrédito son descomunales en Veracruz.

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