De la mano de López Obrador, Cuitláhuac García llegó como “doctor” al gobierno del estado, y como si las palabras fueran suficientes para dejar una huella en la vida, el ingeniero llenó la parafernalia morenista, los escenarios, la papelería oficial y todos los espacios disponibles con la expresión “orgullo veracruzano”, una gastada frase del léxico jarocho, que él acuñó como lema publicitario de su administración.

Pero fue un orgullo que lamentablemente nunca sintió como motor o motivación para impulsar o dejar algún legado que la historia le tomara en cuenta en los años venideros.

Su orgullo simplemente fue un orgullo estéril de hombre veleidoso y fútil, cuyo caminar por Veracruz no sustentó con ingenio, iniciativa o responsabilidad. Su obra que es escasa y sin planeación alguna, fue realizada con transparencia cero, y habrá que ver cuánto costó y con qué calidad, aunque seguramente aparece magnificada en su sexto “informe de gobierno”. 

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Casi seis años de gestión gris, donde su Acuarium es el famoso Acuario que se construyó en el gobierno de Dante Delgado y que operó con números negros, hasta que le cambiaron el nombre y Cuitláhuac lo entregó a su hombre de negocios ambientales y de cabecera. Su Museo Caná, es el mismo inmueble y Museo de Ciencia y Tecnología que dejaron Dante y Miguel Alemán, y su espacio Naturalia, que promueve en la salida, es el mismísimo parque Natura, de origen y desarrollo alemanista. 

Y si Cuitláhuac estuviera dos años más en el poder en estas tierras, terminaría por cambiar la Sinfónica de Xalapa por algo así como Sinfónica Orgullo Veracruzano o el Callejón Jesús te ampare, por el nuevo Callejón Atanasio te ampare.

Lo de ayer en el Auditorio Benito Juárez de Veracruz, fue un evento tlacuachero, colmado por burócratas coludidos en el desorden, socios de casa y algunas personas bien intencionadas, acarreadas por sus operadores. 

Ahí mismo en el puerto, la periodista Guadalupe H. Mar ya dijo lo necesario y fuerte del robo que Cuitláhuac hizo y hace en el estadio de los Tiburones Rojos. Y el senador electo Manuel Huerta ya dibujó a la perfección y en voz alta lo que todos los veracruzanos pensamos o decimos de esa obra innecesaria y costosísima, que sólo AMLO y Cuitláhuac saben los porqués, los cuántos y los paraqués, mientras taimadamente distraen con el rollo aquel de la Torre junto al Faro Venustiano Carranza. 

La historia se encargará algún día no lejano de Cuitláhuac, quien por respaldo obradorista, quizá pronto vaya a una subsecretaria federal a Turismo, un puesto en que a la presidenta Sheinbaum no perjudicará en gran medida. Recordemos que el Cui es bueno para inflar números y todo lo necesario. Su festivalerío salsero y bailador es la prueba que puede presumir, y según él, ha traído al estado millones de visitantes y divisas, aunque sea vía turismo de estados vecinos con dormilones sin costo y de torta casera en las playas jarochas. 

Y en esa tarea aún tiene tela de donde cortar para otros festivales locales: por ejemplo, los del jamoncillo, de bocoles, de la carne de Chinameca y cientos más que se puede apropiar de la gente trabajadora y sencilla, para hacer ferias, sabadabas y bailongos, que son su verdadero fuerte.

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