Cuando Miguel Ángel Yunes Linares ofrecía acabar con la corrupción del gobierno de Veracruz y meter a la cárcel a Javier Duarte de Ochoa y a sus cómplices, una vez asumiera el cargo, la gente vio con simpatía su esfuerzo para alcanzar la gubernatura de dos años.

Esa percepción creció en enero de 2016 cuando el titular de la Auditoría Superior de la Federación se presentó en un noticiero de la televisión nacional para decir que el gobernador Duarte debería estar en la cárcel por no haber comprobado 35 mil millones de pesos de recursos federales canalizados al estado.

Con el tema de la corrupción en la agenda, la elección de junio se convirtió en la masacre del priismo. Ya con el triunfo en la mano, Yunes Linares siguió el mismo discurso, ampliado después gracias a los señalamientos que brotaron por todos lados contra el régimen duartista.

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Con esos antecedentes, en octubre anterior el gobierno federal obligó a Javier Duarte a pedir licencia y la Procuraduría General de República enderezó una denuncia que lo orilló a huir y lo mantiene prófugo.

Todavía en el mes de diciembre la gente esperaba alguna de las acciones punitivas que dibujó Yunes antes de ser gobernador. Después de tomar posesión, conforme pasaron los días y lo fueron conociendo, la sociedad empezó a perder confianza en sus dichos y en sus propuestas. Su credibilidad siguió en descenso cuando acabó el año y nadie hizo nada contra Javier Duarte.

A cincuenta y cinco días de gobierno, algunos sectores consideran que empieza a caerse el proyecto sucesorio de Yunes en favor de uno de sus hijos. El despido de miles de burócratas mediante diversas argucias, además de las nuevas deudas contraídas, así como las pifias de varios de sus colaboradores, hacen pensar que no todo está tranquilo en su cuarto de controles y que tiene varios focos de alerta.

Por un lado, su idea de incluir en las denuncias a Fidel Herrera, conduce a creer que están en riesgo las elecciones municipales de junio venidero y las de la contienda principal en 2018.

Pero también pudiera deberse a otras necesidades igual de preocupantes. Al no tener nada concreto que ofrecer a los veracruzanos –además de expectativas–, la situación lo obliga a incorporar en el escenario a un personaje de esa talla para distraer la atención de la sociedad.

Es decir, si la gente ve un circo donde por un lado está un Duarte prófugo, y por el otro, un Fidel Herrera haciendo política interna, poco espacio queda en el imaginario colectivo para recordar y exigir al gobierno obras públicas, empleos o beneficios sociales.

Puede decirse entonces, que si la promesa de castigo de Yunes y la explosiva declaración del Auditor Superior, se convirtieron en el circo del 2016, en este 2017, la presencia de Fidel ayudará a mantener otro circo igual de grande pero más divertido. En conclusión, seguiremos viendo un Veracruz envuelto en pan y circo.

Antes de esa arriesgada decisión, Yunes Linares y sus operadores políticos ojalá hayan calculado que el PRI y el Verde no ganarán las elecciones veracruzanas ni aunque su máximo exponente pudiera adquirir el don de la ubicuidad para asistir a las tertulias del estado y sentarse a tomar café tres veces diarias en las sucursales de La Parroquia.

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