José Antonio Flores Vargas

De acuerdo con diversas opiniones ciudadanas y periodísticas, el video del evento de graduación de cadetes de la Escuela Naval, el jueves pasado en Alvarado, mostró lo que representa en estos momentos el gobierno de Veracruz para el presidente Enrique Peña Nieto.

Observar el trato despectivo que recibió el gobernador de Veracruz, en su propia tierra, de parte del presidente de la república, refleja el papel patético y triste que están mostrando ambos mandatarios, en una época de gran significación para la política nacional, y especialmente para la estatal.

Anuncios

Lo que se vio allí es sumamente desalentador, si se analiza el comportamiento de los dos personajes. Vimos a un presidente que perdió las formas y olvidó que no estaba tratando con un individuo llamado Javier Duarte de Ochoa, sino con el gobernador constitucional del estado de Veracruz, electo por los veracruzanos, con todas las de la Ley.

También pudimos ver a un gobernador minimizado y despreciado, desterrado políticamente, como apuntamos en Palabras Claras, hace algunos días. No fue nada grato, ver al gobernador de Veracruz, corriendo detrás de la comitiva, para finalmente colocarse en el asiento más extremo del presídium, sin haber sido mencionado una sola vez.

Pero este no ha sido el único caso lamentable, aunque sí, el más notorio. En las últimas semanas, el gobernador Duarte se comporta como alguien perdido dentro de un laberinto, y que cuando más trata de avanzar, más se confunde, sin saber cómo salir. Los ejemplos son constantes y variados en el transcurrir de los días.

Caso similar ocurre en varios de sus colaboradores, que cuando abren la boca, más demuestran extravío. Y no es para menos, no existe explicación distinta, a lo que tiene una sola respuesta: El dinero del erario no aparece, y sólo falta saber qué funcionarios se lo llevaron.

En relación a esos malos servidores públicos, la PGR deberá apurar las investigaciones para determinar quienes son culpables del desfalco. Mientras eso ocurre, se observa que corren desesperados en el laberinto que ellos mismos construyeron, sabiendo lo que saben: que el castigo se acerca para casi todos ellos.

Pero ellos no son los únicos perdidos en el laberinto.

El ejecutivo federal, dio una muestra de que más que un hombre de Estado, se comportó de manera superficial en Alvarado, ignorando un sabio proverbio: lo cortés no quita lo valiente.

El presidente actuó como si no supiera cómo salir del atolladero creado al sistema político por el gobernante veracruzano, que cada vez que sale a la pantalla, aumenta el clamor nacional en su contra.

Los veracruzanos hubieran preferido a un presidente actuando con cabeza fría y cubriendo las formas, aunque después tuviera que ordenar la aplicación rigurosa de la Ley. Javier Duarte es gobernador, por mandato de la población veracruzana. Y por mandato de Ley, deberá sufrir las consecuencias de sus actos, no con desprecios de protocolo que sólo sirven para cubrir espacios mediáticos.

Pero en este desconcierto general, los veracruzanos también se sienten extraviados, sin esperanza, y cada vez con una soledad más grande. Perdidos en un laberinto que parece no tener salida, donde el desánimo es resultado del engaño que han sufrido por dos sexenios. Dos veces burlados, sin castigo para nadie y sin posibilidad de que la justicia llegue. Y cada día que pasa, hace más escabroso el laberinto.

Los veracruzanos tienen la percepción de que son parte de una sociedad abierta, violada y burlada hasta el cansancio. Se sienten como hijos de una entidad violada, o aunque duela, como engendros de una violación, de un rapto o de una burla repetida. De ahí parte el enojo y la desconfianza hacia sus autoridades cercanas o lejanas.

Situaciones que recuerdan conceptos e imágenes descritas magistralmente por Octavio Paz hace casi 70 años en El laberinto de la soledad. Realidades que se sufren en el Veracruz de 2016, que el pueblo ya no desea vivir más.

Publicidad