El escándalo del momento es una fotografía donde se ve a Emilio Lozoya comiendo tranquilamente en un lujoso restaurant de la Ciudad de México. La escena refleja fielmente el funcionamiento de la vida nacional en la época del presidente López Obrador, cuando está por cumplir sus primeros tres años de gobierno.

Y no es raro ese apellido que ha llenado las páginas virtuales y de papel de los medios de comunicación junto a millones de menciones en las redes sociales de los mexicanos. El señor exdirector de Pemex está siendo “procesado” por corrupción gracias a los habilidosos oficios de Gertz Manero, el poderoso titular de la Fiscalía General de la República. Como el hombre tiene un arreglo en su favor, con una simple pulsera puede ir y venir por donde le plazca, mientras la sociedad observa que su caso no avanza en ningún sentido.

Pero ese caso no es el único donde no aparece ningún tipo de justicia o legalidad, o avance en los procedimientos, respecto a los bochornosos líos públicos o privados en que se ha metido la 4T. Se han cumplido cinco meses sin que sepa gran cosa de los responsables del accidente de la Línea 12 del Metro capitalino, ocurrido el 4 de mayo anterior. Mientras tanto, nombres como el de Marcelo Ebrard, Claudia Sheinbaum y Mario Delgado continúan circulando como si nada en las alturas del obradorismo.

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La realidad es que, en la mayoría de los temas escabrosos o complicados, las cosas en palacio, van despacio. Estos dos asuntos duermen plácidamente en las oficinas públicas, así como duerme el mandatario nacional en palacio nacional. Otros casos, como el caso de los 43 de Ayotzinapa, motivo de asignación continua de comisiones con diverso nombre. Y viene otra comisión, ésta para investigar y dilucidar aspectos dudosos de las pasadas décadas y expresidentes.

Y porqué la sociedad mexicana no acosa, no cuestiona, no fustiga, no exige a las autoridades o a AMLO. No lo hace porque el jefe de estado gobierna con pinzas, pero no se trata de pinzas de cirujano o algo así, se trata de dos útiles pinzas embarradas de estiércol que aplica día tras día desde la propia oficina presidencial y con ayuda de su conferencia mañanera. Una, la pinza de las encuestas súper favorables; la otra, la pinza de los distractores interminables con diseño perverso, que las huestes cuatroteistas y morenistas repiten con ecos de jauría en sus redes sociales en todo el país, oscureciendo el entendimiento de la sociedad. 

En el tema de las encuestas, pareciera que nadie repara en que todas, sin excepción, son abultadamente favorables a López Obrador y a su gestión, atreviéndose en varias de ellas a asegurar que, de cada 10 mexicanos, 7 u 8 y hasta 9 (como en el caso del Tren Maya) lo respaldan y hasta volverían a votar por sus propuestas o decisiones. Y estas encuestas ya son masivas y se publicitan alegremente en medios chicos o grandes.

Como si a esas “encuestas” (que presentan periódicamente científicos o sesudos fabricantes de encuestas) no perjudicaran los ataques presidenciales a la clase media, a las feministas, a los empresarios, a los padres inconformes por no tener medicinas contra el cáncer o vacunas oportunas, o aquellos que denuncian corrupción, como la del hermano Pío o Bartlett, o que detestan y critican el apapachador “Abrazos, no Balazos” y los guiños y genuflexiones que hoy abundan para los delincuentes.

En el tema de los distractores, uno de ayer fue el de la posible desaparición de las delegaciones federales en los estados. Y esto hace pensar en autoritarismo, en monarquía y en relajo total, sin exigencia de avances. Cualquiera imagina a alguien del pueblo, trasladándose desde Tamaulipas a Guerrero o Chiapas para gestionar en las dependencias allí ubicadas conforme a la descentralización actual, debido al deslizado cierre de delegaciones mencionado ayer. Una idea fugaz y mañosa que no augura más que distracción en época de muertos.

Así transcurre el sexenio, entre la grotesca encuestitis enfocada a mantener un solo color político “porque trabaja bien”, y entre los distractores generados a destajo y sin rubor alguno. 

Con esta mecánica, el grueso de la gente jamás percibirá en México que las cosas en Palacio van despacio. Esa parece ser la pretensión lópezobradorista. A ver qué dicen los ciudadanos en 2024.

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