La llegada de Norma Lucía Piña Hernández como nueva ministra presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) y del Consejo de la Judicatura del Poder Judicial, siembra la esperanza de que ese poder no se va a prestar a las oscuras ambiciones del presidente Andrés Manuel López Obrador y a su proyecto de manipulación en las instituciones en México.

Con todo ímpetu, desde la mañanera y atemorizando a sus adversarios, Andrés Manuel quería el control del Poder Judicial, como lo tiene en buena medida en el Legislativo. Pero la denuncia del presunto plagio en la tesis de licenciatura de Yasmín Esquivel aplastó su intentona. Siguiendo su estilo, ahora podrá pretextar que su ‘transformación’ será detenida desde la institución que tiene en exclusiva el control de la constitucionalidad, la SCJN.

Durante más de cuatro años, López Obrador se ha convertido en ‘El Rey de la mentira’ -casi alcanza las 100 mil, según contabilidad de expertos-, y su mañanera, en arena movediza para un gobierno que cada vez que intenta defender o atacar a sus ‘adversarios’ se hunde más. En otras palabras, AMLO, cuando quiere agredir, agrada y cuando quiere agradar, agrede.

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Sin importar ni medir las repercusiones de sus palabras, ni de sus acciones, López Obrador se comporta como un hombre necio, no acepta el apoyo de personas experimentadas y su soberbia y megalomanía le impiden aceptar la crítica. Dialogar con él es casi imposible, porque abusa del monólogo y siempre busca convencer a través del engaño, pero la realidad lo va descubriendo. 

Por ejemplo, la idea de centralizar el poder advierte la brutalidad de un poder totalitario que ya ha hecho un daño al país, el cual se ha intensificado con el ‘populismo, posverdad y polarización’– como lo expuso Moisés Naim, en su obra ‘La revancha de los poderosos’– que busca eliminar los pesos y contrapesos y así aniquilar la democracia.

El esquema político en México se ha vuelto a degenerar con la denominada cuarta transformación que se va ahogando con sus seguidores y representantes. Por eso, la capacidad de critica no debe ser reemplazada por publicistas que operan con distancia cínica, quienes se encuentran lejos de dar un sentido tranquilizante a los graves problemas de México.

La complejidad y la contrastante arquitectura de este país no permite la monopolización ideológica, hoy corrompida por los lopezobradoristas. Pese a ello, sus simpatizantes seguirán -como pintores- manipulando los signos, las realidades, con pinceladas lejanas de una situación física que día con día se pinta en México.

Con la elección de la ministra Norma Lucía Piña como presidenta de la Suprema Corte, gana México, gana la ley y gana el feminismo real; ha perdido AMLO, quien, al querer eliminar a sus adversarios se arrincona él mismo, al desterrar la herencia crítica que caracteriza a las democracias del mundo occidental.

Los contrasentidos de AMLO evocan a Jaques Derrida cuando afirmaba: “Sabemos que el espacio político es el de la mentira por excelencia; y mientras que la mentira política tradicional se apoyaba en el secreto, la mentira política moderna ya no esconde nada tras de sí”.

Puede afirmarse que el lunes en México, el poder de la unión de muchos sectores de la sociedad, debidamente organizados y activos, hizo posible avanzar en la preservación del Estado de Derecho y en la división de poderes consagrados en nuestra Constitución. 

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