Con la llegada y crecimiento de la internet y las redes sociales, aparecieron nuevas formas de difusión y comunicación en la vida pública. La gente dejó de depender de medios tradicionales como periódicos, radio y televisión. Y de ese modo, el novedoso esquema privado, silencioso y licencioso facilitó el encuentro visual o con palabra escrita con otros individuos, o con el comentario de un tercero o de muchos, y también con la noticia local, regional, nacional y mundial.

El uso de las computadoras, de los modernos aparatos de comunicación celular y de las pequeñas tabletas digitales, sirvieron para comunicarnos y para globalizar el día a día, el conocimiento y los mitos, los efectos y los defectos, las historias y las ficciones, los amores y desamores, y en general, las cosas buenas y las cosas malas de la sociedad.

La política no ha sido la excepción. A través de las noticias y las columnas de opinión que viajan en tiempo real por las redes sociales, hemos podido conocer problemas de la comunidad o de las individualidades, los hechos del poder, actuaciones de gobernantes y funcionarios, presupuestos, obras públicas, programas y acciones, temas de transparencia y corrupción, entre otros.

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Y también hemos podido estar al tanto de las circunstancias de la política en el ámbito que nos interese. De la política pública, de la política de los partidos y de la política electoral, lejana o cercana y en todos los órdenes. Nada escapa a las personas y tampoco a las redes sociales.

Pero en el tema de la política, conforme transcurren los meses hemos podido percatarnos del terrible fantasma vigilante que pervive en todo el proceso y en todo momento: el maniqueísmo en su máxima expresión. Son tiempos en que la opinión distinta a lo que pienso, merece que ese decir, esa idea, ese pensamiento o esa expresión ligera, vaya directo a la hoguera, al sepulcro o al espacio de las ideas disparatadas. Significa llanamente, que lo que coincida con lo mío es bueno, y lo que no, es totalmente malo. Maniqueísmo puro y duro. O es blanco o es negro, no hay matices, no hay intermedios y es innegociable un punto medio.

Por desgracia y en este sentido, las redes sociales están siendo utilizadas hasta para llenar de insultos, agresiones verbales, amenazas e improperios de todo tipo a quien piensa distinto a uno. En un tema político, o de un candidato, o de su propuesta, basta con que el mensaje o el interés sea opuesto al del que está leyendo, para que éste, por ese simple hecho, tenga toda la autoridad y facultades cívicas o morales, para agredir, insultar, contravenir o atacar al emisor de ese desdichado mensaje. En esa masa informe, en esa multitud de nombres inidentificables, se puede decir de todo y sin medida.

Y el problema se observa en todos los colores del espectro político, aunque con mayor frecuencia, en aquellos con discurso o pensamiento, o conveniencia de “izquierda”.

Cuando alguien se percata de ello, es donde aparecen de inmediato las ocurrencias, o apreciaciones, o descubrimientos, de que andan por ahí haciendo travesuras informáticas, actores enmascarados o en las cañerías -hasta de origen ruso, dicen- impulsando o promoviendo esa violencia verbal para atacar o para fomentar afinidades partidistas o políticas.

Y a veces, en los medios grandes de comunicación, aparecen de vez en vez, los principales actores o contendientes, poniendo su “granote” de arena y llevando agua a su molino. Es incienso al disenso.

De ese tamaño y alcances es la política mexicana del siglo XXI. Y esos son sus sagrados próceres tercermundistas.

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