El segundo informe presidencial que el día de hoy dio a conocer Andrés Manuel López Obrador no mostró ninguna diferencia a los presentados por anteriores mandatarios mexicanos.

Igual que sus antecesores, el jefe de la república prefirió o se vio obligado a dar una visión triunfalista de lo que acontece en el país, y que lamentablemente es caótico más que con tono progresista. Durante los días previos se cuidó de presentar sus otros datos respecto a su popularidad, aceptación y satisfacción social con su gobierno. En el evento cuidó la sana distancia en el tema de los invitados al acto; y hasta se quejó de la ausencia del presidente de la Suprema Corte de Justicia y del fiscal general, haciendo alusión a que “tienen la arrogancia de sentirse libres”.

Lo que se escuchó en palacio nacional y lo que el nuevo siervo de la nación incluyó en su informe, hizo recordar la narrativa de ficción de Franz Kafka y su libro La Metamorfosis, una obra donde el personaje principal se tiene que transformar para hacer sentir su disgusto, su desaliento y su sentimiento de inferioridad ante la problemática que enfrenta. 

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Pero la Cuarta Transformación que impulsa AMLO, queda solo en una metamorfosis fallida, donde el huevo se convierte en larva y ésta en perezoso gusano que avanza milimétricamente en un mundo dominado por grandes fuerzas que lo vuelven invisible e inoperante. Hasta este momento, la transformación que vende Andrés Manuel, se queda en un buen intento, sí, pero difícil de concretar. En todo instante cae presa del auto boicot.

En el tema de la corrupción, que tanto publicita y agrada al tabasqueño, la percepción social no le favorece por estar haciendo un circo con Emilio Lozoya y teniendo a un lado a Bartlett, a Elba Esther, al Napo, a Irma Eréndira, a Ana Guevara y hasta a la vergonzosa coperacha política a su hermano Pío, el eficiente recaudador de estelares videos. Aquí podría surgir la versión renovada de Abel y Caín: el presidente tendría que matar judicialmente a su hermano, para poder refrescar la película de la honestidad valiente y concretar la ambición dictatorial y antidemocrática que enseña su régimen.

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La seguridad pública que presume tener controlada, cae a pedazos entre la población del país entero, cautiva y aterrorizada por las bandas del narcotráfico y los cientos de feminicidios, secuestros, cobros de piso y aumento de delitos. Ovidio y el Culiacanazo, son los primeros estigmas del nuevo jefe Durazo y la pomposa (y polvosa) Guardia Nacional.

El coronavirus con sus crecientes datos fatídicos y la cómoda numeralia de López Gatell, que nadie cree, mancha cualquier informe oficial y cualquier credibilidad hacia el que dirige los destinos gubernamentales. La economía nacional, caída estrepitosamente a niveles de 1932, como el mismo presidente reconoce, quita confianza y esperanza en el gobierno que preside. 

Hay un aspecto, el único, que debe reconocérsele a AMLO. La política social, distributiva a grandes sectores: adultos mayores, estudiantes y productores agropecuarios, resulta ser el único medio por el que la población pobre de México tiene liquidez, apoyo a la canasta básica y posibilidad de tener alguna holgura económica. 

Una gestión pobre en resultados, carente de obras en gran parte del territorio y una productividad que hora tras hora se encuentra en riesgo, debido a la terrible pandemia que arrasa el país y no respeta las curvas y las artificiosas aplanadas diarias que desea el dueño del palacio. Esta podría ser, en pocas palabras, la conclusión del segundo año de gobierno morenista.

Una gestión que pretende ser diferente y que no lo es. Y en lo político, MORENA resultó ser lo mismo que el PRI y que el PAN, con la suma de todos sus defectos.

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