Parece que en las nuevas generaciones de mexicanos nadie quiere al Partido Revolucionario Institucional (PRI). Si bien es cierto que ese instituto político tuvo la preferencia electoral durante casi todo el siglo pasado, es una realidad que ahora sólo interesa a un acotado grupo poblacional, al que los partidos denominan “el voto duro priista”, formado principalmente por personas mayores que viven en áreas rurales y en zonas urbanas marginadas.

Independientemente de la reforma política impulsada por don Jesús Reyes Heroles, del surgimiento de otros partidos en el país y de la aparición de novedosas ofertas electorales, el declive en la preferencia ciudadana hacia el PRI se ha originado e incrementado a causa de los grandes y constantes escándalos de corrupción que han mostrado gobernantes y funcionarios emanados de ese partido político.

Además de lo anterior, en la propia cúpula no existe un verdadero interés por mejorar su situación. El Presidente de la República, a quien se considera “el primer priista del país”, desde su contundente triunfo que lo llevó a la primera magistratura nacional, con ayuda de la empresa TELEVISA, parece más interesado en enterrar a su partido, que en renovarlo y fortalecerlo.

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Ejemplos que perjudican al PRI, hay muchos, empezando por los casos de corrupción en el entorno inmediato del Presidente, que toda la población conoce, entre ellos, el de la famosa “Casita Blanca”. Otro más, el de los gobernadores priistas, acusados por desfalco a las arcas públicas, algunos de ellos encarcelados o prófugos. Otro, el de los multimillonarios dineros robados, que no aparecen por ningún lado. Uno más, el caso de los funcionarios de primer nivel, embarrados con el tema Odebrecht y sus inversiones en México. Pero podríamos conformar una lista enorme con todo tipo de temas.

Y si hablamos de liderazgo partidista, cuando se busca a un dirigente nacional, el sistema nombra al primero que encuentran en el camino, aunque no tenga trayectoria, perfil, ni credibilidad. Y esa persona, debilitada desde su designación, es la que deberá recorrer el país para acrecentar el poderío del partido y su número de militantes. Por consiguiente, el resultado que obtiene es ínfimo, como lo perciben o saben todos los priistas.

Y si nos referimos a Veracruz, el PRI ocupa el peor sitio. El ex gobernador Duarte, preso en Guatemala; su esposa, liberada de toda culpa, aunque la población se inconforme y clame por su captura. Si nos vamos al ámbito municipal, varios alcaldes priistas, haciendo como que apoyan a su partido, pero debido a su inacción política, o con engañosas componendas y malas decisiones de gobierno, impulsan tácitamente a partidos opositores. La dirigencia estatal, ciega y perdida en un berenjenal.

Pero cuando nos referimos a los prospectos a la candidatura a gobernador en 2018, los descubrimos empecinados en hacer bueno un “pacto entre caballeros” y en desbaratar las pocas bases que aún quedan.

Con todo este estado de insatisfacción social y política, la población ya no quiere saber de ese partido. “Al PRI, hay que enterrarlo; eso ya no sirve”, es lo que afirman muchos, cuando se les pide apoyo para sus candidatos.

Es como si el PRI se devorara a sí mismo día tras día. Entonces, cómo podría competir, si ya casi no es nada; si sabemos que de él sólo queda un débil fantasma.

Un fantasma que los propios priistas crearon.

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