Salvo unas cuantas que son la excepción que confirma la regla, las propuestas que estamos escuchando de los diferentes candidatos en estas épocas electorales, no pasan de ser ocurrencias o ideas bien intencionadas, pero difíciles de convertir en realidad. Y esto no puede criticarse a esos señores que ocupan su tiempo y su esfuerzo en tratar de conseguir el voto mayoritario de los electores: andan en campaña y quieren enamorar a la población.

La mayor parte de los candidatos que recorren el territorio en busca del triunfo este primero de julio, conoce muy poco de la ley, de los presupuestos, de la reglamentación y de las posibilidades de convertir en hechos o en programa de gobierno, esas entusiastas propuestas que a veces trascienden a los medios de comunicación y llegan a los debates.

A más de cien años de contar con una constitución política que en algunos aspectos ha sido reconocida a nivel internacional, todavía no hemos podido concretar algunas buenas intenciones allí plasmadas por aquellos patriotas de Querétaro, con todo y que aparecen en ese documento rector como derechos.

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Algunos de esos derechos son los relativos al desarrollo social y al desarrollo humano que todos debieran alcanzar. La prueba de ello, es que en pleno siglo XXI, tenemos a millones de mexicanos que sufren diariamente para llevar alimento a sus familias en calidad y cantidad suficiente. Pero así como esa, existen otras necesidades pendientes, lamentablemente.

Anoche y durante los dos debates previos de los candidatos a la presidencia, escuchamos una serie de “propuestas serias” que, si se ha leído un poco de leyes, de posibilidades financieras y de diagnósticos nacionales, inmediatamente se cae en la cuenta de que dentro de esas emotivas expresiones de campaña, hay de todo: ideas buenas, ocurrencias, tomaduras de pelo y hasta barbaridades.

En el caso de las que parecen viables, una cosa es que sean buenas ideas, y otra muy distinta, que tengan posibilidades reales de concretarse.

Ni siquiera Pepe Meade, el campeón del conocimiento y la eficiencia burocrática se salva. Ya no digamos el Peje, que cree que todo lo resolverá acabando con la corrupción, que sí es una bandera que jala, por cierto. De él, tenemos que aceptar—como lo presumió anoche—que buena parte de la actual política social mexicana, está basada en las innovaciones creadas por el movimiento de izquierda de la década de los noventa.

Pero si analizamos las propuestas de los candidatos a gobernador, a senadores y a diputados en Veracruz, encontraremos, igualmente, varios de esos bárbaros ejemplos de falsedad e incongruencia, tan utilizados para envolver a incautos.

Y mueve a risa, encontrar a algunos audaces ignorantes, hablar o escribir de la viabilidad o excelencia de ese tipo de propuestas.

Lo cierto es que tendremos que esperar a que alguien gane, que asuma el cargo, y después, pasado cuando menos un ejercicio fiscal, evaluar cómo resulta su accionar y cómo son sus resultados. Sólo en ese momento, podremos saber si ese personaje resultó bueno o malo. No se pueden adelantar juicios.

Los grandes pensadores y revolucionarios del Congreso Constitucionalista de hace más de 100 años, siguen esperando la justicia que anhelaron y plasmaron en la Carta Magna como legítimas propuestas del pueblo mexicano de esa época.

Debe reconocerse que una cosa es que alguien sea un buen candidato, y otra muy distinta, que sea un buen diputado, senador, gobernador o presidente de la república.

López Obrador es ya el mejor candidato, nada más. Esperemos que gane la elección, y que, como promete, se convierta en uno de los mejores presidentes de la historia. En el presidente de la cuarta transformación, como insiste en su discurso.

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