José Antonio Flores Vargas

Es muy probable que los veracruzanos que visitaron la ciudad de Xalapa durante los años sesenta, hayan conocido un hermoso parque, que al paso del tiempo y las remodelaciones, se convirtió en lo que ahora es la Plaza Lerdo, enfrente del Palacio de Gobierno.

El Parque Lerdo, como se llamaba, era un lugar entrañable para los xalapeños de aquellas épocas. Tenía al centro la estatua de Sebastián Lerdo de Tejada, rodeada de andadores y jardines repletos de naranjos, cuya floración perfumaba el paisaje y alegraba a los paseantes.

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Sin embargo, un día, la sociedad descubrió alarmada que la arboleda languidecía. Como una premonición fatal, una plaga que asoló la región, pudrió la fruta y acabó con los árboles del parque.

La Plaza Lerdo que conocemos actualmente, es una fría plancha de concreto, cubierta de piedra de recinto laminado, que sirve para hacer todo tipo de manifestación: ya sean de universitarios, jubilados, agricultores que siembran el campo y hasta de comparsas de muchos pueblos, disfrazadas de campesinos que sólo vienen a embarrarla.

Del Palacio de Gobierno, podemos confirmar que sigue siendo una joya arquitectónica, señera de la capital del estado. Respecto a los gobernadores que ocuparon la oficina principal hasta 2010, cada uno, con sus aciertos y errores, finalmente se ganó la calificación que merece en el recuerdo de los veracruzanos.

De acuerdo con las crónicas, casi todos ellos, se hicieron acompañar por colaboradores que acataban las instrucciones, pero que también sabían decirle no al gobernador, e incluso, arreglar los problemas de acuerdo con su propio criterio.

Pero todo cambió cuando llegó Javier Duarte, un gobernador que al paso del sexenio, se fue deshaciendo de los colaboradores incómodos, para ir nombrando en los puestos a amigos y subordinados que acataran sin chistar sus indicaciones. Para esos colaboradores de suave cerviz, no hacía falta ni perfil, ni experiencia.

Los resultados de ese estilo de gobierno, son de todos conocidos. Esa laxitud para aceptar gente, provocó que a la estructura gubernamental llegara toda clase de infestación. Personajes cuestionados en su trayectoria, individuos de la más baja moral, o ejemplos de corrupción, que llegaron a ostentarse como funcionarios, y que por ello, ahora junto a su jefe, están considerados como la peor plaga que ha sufrido Veracruz en su historia.

Y no se trata de suposiciones o decires populares. La Auditoría Superior de la Federación, el SAT, la Procuraduría General de Justicia, los medios de comunicación, nacionales e internacionales, además de muchas voces estatales, y la del propio gobernador electo, Miguel Ángel Yunes Linares, han dado cuenta de la serie de irregularidades y actos de corrupción cometidos por el equipo gobernante, un boquete a las finanzas estatales, de características inéditas y cuantía multimillonaria.

Los veracruzanos no podemos permitir que quede impune el más grave daño causado a las arcas públicas. No es posible que las autoridades correspondientes pasen de largo ante tanta hipocresía, desprecio y burla al pueblo, a las normas sociales y a las disposiciones legales. Es preciso que den curso a las denuncias presentadas y exijan la devolución de los faltantes.

Las pérdidas ocasionadas al erario veracruzano se cuentan en miles de millones de pesos que en estos seis años debieron haberse traducido en obras públicas o en acciones de beneficio a la numerosa población marginada.

Javier Duarte y aquellos que fallaron a la confianza otorgada por la sociedad en la elección de 2010, tendrán que afrontar las consecuencias de sus actos vergonzosos y recibir el castigo que la Ley les imponga. Es momento de parar la descomposición moral que ha permeado en las instituciones de gobierno en Veracruz. Los veracruzanos queremos nuevos tiempos y nuevos horizontes.

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