Contra lo que todo mundo imaginaba hace casi tres años cuando López Obrador ganó la presidencia de la república (y el estado de Veracruz para Cuitláhuac García), a seis días de la elección más importante de México -y solo 36 meses después- la población está observando el brutal desmoronamiento del partido en el poder y el resurgimiento de los tres partidos de oposición más relevantes. 

MORENA avanza con serias dificultades, mientras que el PAN, el PRI y el PRD han logrado recuperar un gran porcentaje de lo que perdieron en la elección de 2018. También el partido Movimiento Ciudadano ha conseguido relevantes resultados y su tendencia electoral es al alza o cuando menos a conservar sus sorprendentes logros, aunque mucha gente lo sigue considerando como satélite del partido oficial.

Y esta recuperación aliancista se debe al desgaste del gobierno obradorista, a los impresentables que se presentan como morenistas y a las promesas de transformación incumplidas o logros solamente maquillados para engañar a incautos y a personas que voltean hacia otro lado con el argumento de “yo no me meto en cosas de partidos”. 

Pero es en Veracruz donde se percibe un desgaste mayor en el morenismo. Y en esto deben haber influido los principales liderazgos que se disputan el control del partido guinda. De entrada, se tienen tres grupos visibles: el del gobernador, el de Rocío Nahle y el de Manuel Huerta. Tres cabezas que no hacen una, donde se evidencia un fuerte pleito de neuronas (y a veces de hormonas), que es la razón por la que el partido no tiene pies ni cabeza, y la gente lo entiende y le desmotiva.

Si a ello se le suma la terrible conducción que hacen manos oscuras desde palacio de gobierno en Xalapa y que disciplinadamente apechuga el gris dirigente Esteban Ramírez Zepeta y el líder nacional Mario Delgado (el que quedó sobrecogido por armas largas en Tamaulipas), entonces se comprende por qué no son buenas las expectativas del próximo domingo de votaciones dónde habrá que dar resultados en más de 10 mil 700 casillas dentro del territorio, para recibir a los votantes de un padrón superior a los 6 millones de electores.

A como se han visto los movimientos políticos en la entidad, no es descabellado pensar en que la alianza de los tres partidos mayoritarios de la oposición (PAN, PRI y PRD) consigan la mayor cantidad de municipios y diputaciones locales y federales, además de lo que logren obtener los partidos jóvenes con algunos de sus buenos candidatos.

También se sabe que la Iglesia Católica está convocando a que la sociedad conozca a los candidatos, antes de entregar el voto de manera ciega o de buena fe. Por eso la atacan los gurús palaciegos que saben que congrega al 82% de los veracruzanos. Al régimen de AMLO tampoco le ayuda el aumento de la violencia y los asesinatos de muchos actores políticos en Veracruz. El pueblo tiene memoria y ojos, y no va a ceder su derecho a la democracia. Y lamentablemente para el jefe de la república, los raquíticos resultados del gobierno veracruzano no alientan a los votantes a elegir el sufragio morenista.

Sumando estas consideraciones, las divisiones internas, los ensayos fallidos, el menosprecio a los grupos, los errores en la selección de candidatos y los pobres resultados políticos entregados por Cuitláhuac y por Ramírez Zepeta, es oportuno preguntarse si a esta rotura interminable del partido morenista, no le seguirá una triste sepultura el domingo venidero. 

En cientos de colonias y localidades jarochas, los habitantes ya sienten que Esteban se petatea cómo pequeño líder de partido, pero lo más notorio es que se petatea MORENA en entero en Veracruz. Hay tanto daño, desintegración y decepción social, que no hay manera de revertir el resultado que se vislumbra negativo.

¿O será que para ese estratégico día, AMLO esté guardando algunos ases bajo la manga?

Publicidad