Miércoles en exceso, podría ser el título del editorial, referido al día de ayer. El asunto principal en el país y en el orgullo personal y el cuidado de la imagen de AMLO, que no es otro que el inicio de la construcción del aeropuerto en Santa Lucía, tuvo ayer un gran avance. Esto se consiguió a partir de la noticia dada en la mañana por El Universal, en el sentido de que un juez federal dio luz verde a la construcción del aeropuerto en la actual base aérea, considerando los motivos de “seguridad nacional”, argumentados por la Secretaría de la Defensa Nacional.

La noticia fue disminuida casi desde que salió. De la chistera morenista surgió rauda una batería de pantallas mediáticas para distraer la atención y la posible crítica. La primera pantalla, la propia revelación del presidente, relacionada con veintitantas empresas gestionadas en el SAT desde Veracruz, en las que supuestamente son socios el mandatario nacional y su señora esposa. Desde luego, el informe en power point dio pauta a la consabida negativa de esa posibilidad, porque el presidente no tiene intenciones empresariales y “ni siquiera usa tarjeta de crédito”, como todo México sabe. 

Esa nota de las empresas del SAT, también sirvió para llevar a mofa y desacreditar la nota de Carlos Loret sobre las empresas que también olvidó mencionar en su Tres de Tres el consentido Manuel Bartlett, al que en plenos tiempos morenistas del siglo XXI, todo indica que se le siguen cayendo los sistemas y las mentiras.

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También en la conferencia el ejecutivo federal aprovechó para agradecer el último reconocimiento que le dio Donald Trump. Desde su lejanía con la ONU, el tabasqueño dio un mañanero anuncio de que México se alinea con los objetivos de la agenda 2030 de esa organización multinacional. 

Y como todo mundo relaciona las distracciones con la comida chatarra, Andrés Manuel anunció una gran campaña informativa sobre ese sagrado alimento nacional, enfocada a prevenir enfermedades y ahorrar dinero. Y en el tema de la información chatarra, aconsejo a los tres estados que quieren desaparecer poderes, para que la Fiscalía y el Poder Judicial sean los que coadyuven y resuelvan.

Después de ese momento estelar del jefe de estado mexicano, le tocó el turno al ya acostumbrado acto diario de Javier Duarte, quien quiere hacer un retorno triunfal al estilo de su alteza serenísima Antonio López de Santa Ana -el mal recordado “quince uñas”- a quien algún historiador inglés, por cierto, anda limpiando el nombre en estos días, vendiéndolo casi como un santo. 

Se ve que Duarte de Ochoa, otro consentido del morenismo, tiene todos los canales del sistema político a su favor, para gritar a viva voz todo aquello que se le ocurra en su beneficio. Hasta Televisa fue a prisión a entrevistarlo. Rozagante y echado para adelante, el cordobés avisó que sus enemigos deben cuidarse de lo que les viene. Algunos temerosos pueden creer que trae ganas de abrir en canal a varios de los que le pusieron piedras en el camino.

Por la tarde en Palacio Nacional, ya con un espaldarazo legal para las obras de Santa Lucía, el presidente debe haber brindado en honor del juez que se puso la camiseta y pensó mejor en su futuro. Mientras tanto en Veracruz, la jocosa jarochada seguía las peripecias duartianas relativas al estado que gobernó: el de las reses y los carniceros, y el de los fondos públicos que se extraviaron en su gestión y que no aparecieron por ningún lado. 

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