Si se habla de la Universidad Veracruzana y de su historia, no se puede olvidar el afán constructor de Antonio Modesto Quirasco, el gobernador que dotó instalaciones y edificios a la zona universitaria en la década de los cincuenta del siglo pasado. Tampoco, la relevancia internacional de la Orquesta Sinfónica de Xalapa, la primera del país en su tipo.

Imposible olvidar a rectores como Gonzalo Aguirre Beltrán y Roberto Bravo Garzón, impulsores de grandes movimientos académicos, culturales y artísticos en la propia Universidad. O a los académicos, investigadores, intelectuales, artistas y hombres de la política forjados en sus aulas, que han hecho brillar a esa institución de educación superior.

Desde su fundación, la Universidad Veracruzana ha consolidado un sólido prestigio como institución señera en el sector educativo, reconocida en México y en otros países. Razones suficientes para ser considerada la máxima Casa de Estudios de la entidad.

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Sin embargo, no todo ha sido miel. Todavía se recuerda la época del porrismo universitario, utilizado con aviesos fines políticos de alcance estatal. Tampoco se olvidan algunos doctorados convenientemente entregados, sin merecimiento alguno. Y si se habla de poner a temblar el prestigio de la institución, en estos últimos años existen circunstancias que indican escenarios de descrédito.

Cuando Sara Deifilia Ladrón de Guevara González, llegó al rectorado en septiembre de 2013, enfocó su discurso en la tradición y la innovación, como premisas de trabajo. Ofreció innovación académica con calidad; presencia en el entorno, con pertinencia e impacto social. También prometió una gestión responsable y con transparencia.

Pero cuando se acumularon las deudas del gobierno duartista con la universidad y se llegaron los tiempos electorales, debidamente asesorada desde Puebla y Boca del Río, la rectora entendió que debía entrarle a la política, en busca de apoyo para su propia reelección en 2017.

Con un gran despliegue de recursos universitarios, y apoyándose en la oposición generalizada a Javier Duarte, el 10 de marzo de 2016 organizó en Xalapa una megamarcha con 30,000 asistentes, para reclamar más de 2,300 millones de pesos que el gobierno estatal les adeudaba desde hace varios años.

Después de esa muestra de fuerza, y habiendo ganado la gubernatura Miguel Ángel Yunes Linares, la rectora dejó los reflectores y no habló más del tema. Hasta ahora no se conoce el detalle de la deuda reclamada, ni las obras suspendidas, programas no realizados, pasivos por pagar a maestros o proveedores, o el número de estudiantes no atendidos.

En cambio, sí se conoció la participación de la Universidad en la elaboración del Plan Estatal de Desarrollo 2017-2018. Quizá en ese documento rector de la planeación estatal, se haya incluido entre los programas “sinergiados”, uno encaminado a facilitar la obtención de documentos de titulación de funcionarios con pocos papeles.

Rogelio Franco Castan (y no Castán, como dice su acta de nacimiento) es el beneficiario de ese ejemplo de tradición, de innovación, de gestión responsable y de transparencia, que Sara ofreció en su programa institucional universitario en 2013.

Por ese triste motivo, la comedida participación de la rectora en la titulación de Franco Castan, está circulando por suelos y aires de todo el país, al igual que el prestigio de la casa de estudios superiores.

A ese respecto, se sabe que un afamado doctor, orgullo de esa Universidad y avecindado en Barcelona, le ha girado un mensaje, en el sentido de que no debe preocuparse por ese tipo de minucias, propias de quien vive la plenitud del poder.

Tal vez el incidente con Rogelio pudiera parecer menor y evaporarse en el tiempo, pero no siempre ocurre así.

La ligereza en las decisiones de Sara, la está encaminando a que detone un asunto que sí va a trascender allende las fronteras nacionales. Unos juicios laborales contra esa institución -otrora noble y prestigiosa, y hoy dadora de títulos fast track-, cuyos laudos no han sido cumplimentados y que están siendo entorpecidos, motivarán una denuncia ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, y todo, porque con sus acciones, la rectora está obstruyendo la justicia, lo que podría cimbrar al país.

Este caso y las promesas incumplidas de la rectora, hacen evocar el lema de la institución. “Lis de Veracruz; Arte, Ciencia y Luz”. Pero al repasarlo lentamente, se piensa en otra frase: Universidad Veracruzana. Desliz y sombras.

La corrupción, la falsedad y las actitudes mojigatas de Sara, roban prestigio a la UV.

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