En el mundo equino es común hablar de caballos desbocados, de frenadas a tiempo y de desbarrancadas o caídas mortales. Un caballo que regularmente ha mostrado nobleza y valentía, puede caer en desconciertos, en terrores o en peligrosos descontroles que lo inducen a salir de estampida. Si esos desaforados animales no detienen su loca cabalgata a tiempo, esas terribles reacciones pueden incluso llevarlos a la muerte.

Comparando con ese mundo a los actuales tiempos electorales en México, observamos a muchos políticos que cuando han sentido sus estrategias en peligro, o no han meditado a fondo las cosas, han salido a desbocarse por el territorio, cometiendo errores garrafales, o soltando por la boca expresiones equivocadas o inadecuadas que no los conducirán a nada bueno en torno a su proyecto u objetivo.

Y este exceso de personajes desbocados, lo vemos en todos los órdenes de gobierno, en todos los partidos políticos, y en no pocos candidatos a puestos de representación popular. Aquí van algunos casos:

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En el nivel federal, basta con recordar el exceso de tonterías en que cayó Ochoa, el clavillazo del priismo, que a los pocos meses de fallida gestión, cayó al fondo de la barranca. Tampoco debemos olvidar a Luis Videgaray, quien ha sido secuestrado por Donald Trump y su célebre yerno, mostrándonos con demasiada frecuencia un buen ejemplo del famoso “síndrome de Estocolmo”.

Pero hay otros que suelen desbocarse y que también sucumbieron a ese inodoro síndrome. Peña Nieto es un gran ejemplo. Yunes Zorrilla lo sufre con Américo, el amigo de fallas.

Otro que se desbocó en estos días fue Pepe Meade, con su cuestionado sonsonete sobre los antecedentes de la comandanta Nestora. Mid va en caída libre sin pasar jamás del tercer lugar en las encuestas. Ese fenómeno nos enseña que a poca velocidad también cae un caballo desbocado. Pero también hay desboques pintados de honestidad: Ricardo Anaya abusó de un discurso de honorabilidad que pocos creen. El hombre tampoco levanta, aunque le pongan todos los millones de pesos de sus cuates empresarios del centro del país.

En Veracruz también hemos visto a gente mayor que se ha ido de boca más de una vez; y a jóvenes y viejos que también se han desbocado. Hay de todos los colores. Unos cometiendo infantiles errores directivos en los ayuntamientos (como Hipólito Rodríguez), otros en el congreso, y otros más en el gobierno estatal.

En estos días, Cuitláhuac García se puso a hablar irreflexivamente del tema de los jóvenes caídos o desaparecidos, señalando o insinuando que ellos se lo buscaron. Desde luego, este error le consiguió el repudio de mucha gente, entre ellas el de las valientes señoras de los colectivos que se esfuerzan por encontrar los rastros de sus seres queridos que han desaparecido durante la guerra contra el narcotráfico.

Por si faltara, también el gobernador Yunes Linares acaba de caer en esa tentación. El fin de semana anterior afirmó audazmente que en la capital del estado ya casi no había nota roja. Desde luego, su expresión no fue bien recibida en diversos grupos de poder y en muchas conciencias xalapeñas.

El que sí aprendió a no desbocarse, y evitar el peligro de ir a dar con sus huesos a su rancho tabasqueño, fue Andrés Manuel López Obrador. Aunque suele recetar dos o tres decires provocadores al mes, el Peje ha preferido guardar silencio estratégico y prudente en los debates y en algunas conferencias o entrevistas. Ese error cometido en sus dos intentos previos rumbo a la presidencia de la república, le enseñó que actualmente es posible llegar a la meta trotando con firmeza y manteniendo velocidad, más que saliendo de estampida en un loco galope verbal rumbo a las rocas de la barranca, ladera abajo.

A ver cuántos potros, caballos o jamelgos acaban con sus huesos rotos, después de las contiendas que finalizan en julio próximo. Ya veremos si los políticos logran aprender aquello que recomendaba el sabio veracruzano, Jesús Reyes Heroles: No hay que perder la oportunidad de quedarse callados.

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