Parece que septiembre no termina de dar noticias trágicas a México. Además de la interminable cadena de asesinatos causados por la delincuencia organizada en todos los rumbos del país, este mes ha traído días de sismos intensos, de personas fallecidas entre los escombros y de llanto y luto de familiares y amigos.

Y eso sin contar las desgracias humanas y materiales ocasionadas por la temporada de lluvias y ciclones en costas y serranías, con su cauda de socavones, deslizamientos e inundaciones. Para no olvidarnos del tema acuoso, esta semana ya viene amenazante el huracán María, que por ahora cruza el mar Caribe con categoría cinco.

En Veracruz, no terminamos de pasar el susto por la serie de sismos de la semana ante pasada, que dañaron a Oaxaca y Chiapas, principalmente. Tampoco terminamos de conocer la cuantía de los daños por esos fenómenos telúricos.

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Ayer, todavía informándonos del simulacro anual que se instituyó desde el fatídico sismo de 1985 en la ciudad de México, empezamos a sentir que se movía la tierra, a temblar de miedo y a enterarnos de edificios caídos y de personas atrapadas por un nuevo sismo de 7.1 grados Richter, este con epicentro en el estado de Morelos.

De esta última desgracia, hora tras hora crece la cifra de muertos en Morelos. Ciudad de México, Puebla y estado de México. Estremecedoras imágenes circulan en redes sociales y medios de comunicación, mostrando el terrorífico movimiento de las construcciones y de la caída de decenas de edificios. Tristezas y años difíciles llegan a esas familias que pierden todo.

Y de nuevo, la solidaridad del noble pueblo mexicano que siempre sabe hacerse presente con las familias del centro de la república como antes con las oaxaqueñas y chiapanecas.

En Veracruz, tenemos nuestra propia tragedia. Secuestros, desapariciones y asesinatos en el norte, el centro y el sur de la entidad. Niños y niñas, muchachos y muchachas que desaparecen todos los días, sin que ninguna autoridad pueda hacer nada por ellos. Deuda pública, desempleo y pobreza galopantes. Pareciera que las siete plagas del Apocalipsis quisieran derruir a un estado ya pauperizado.

Y en el centro de los poderes veracruzanos, la guadaña del despido, acecha y pone en zozobra a miles de trabajadores estatales. Las circunstancias financieras del gobierno de Yunes Linares, es el pretexto esgrimido para continuar despidiendo a veracruzanos de las oficinas públicas. Muchos de los despedidos de la primera etapa (doce mil, según los cálculos), cuando apenas iniciaba la gestión del cambio y el rescate, afirman que los recursos que se iban a ahorrar con su despido, se utilizaron para contratar a empleados mejor pagados, que llegaron de Puebla y otros lugares. Al final, cero ahorro.

Sin duda estos son tiempos revueltos, de aguas turbulentas y de ávidos pescadores con suerte.

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