Algo que está alertando a la sociedad mexicana en los últimos tiempos, es la creciente tendencia de los partidos y gobernantes a ofrecer a los mejores postores -vengan de donde vengan- un sinnúmero de cargos públicos o institucionales derivados de la actividad política.

En estos meses hemos podido constatar el inusitado incremento de este problema. Los grandes liderazgos políticos parece que olvidaron los criterios de honorabilidad, profesionalización, experiencia y desarrollo de habilidades, que en otros tiempos condicionaban el que un aspirante a un puesto o a un cargo se quedara con él.

El tema se ha dejado ver con profusión durante este siglo; cada vez con mayor frecuencia y en todos los colores del espectro político. Y particularmente en estas semanas ha sido motivo de enorme expectación, ya que han salido a relucir nombres estigmatizados por la opinión pública, de los que se pretende que la población mexicana olvide irregularidades, corruptelas, robos de cuello blanco, denuncias por narcotráfico y hasta delitos del fuero común.

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Los partidos políticos enseñan una nula selección de este tipo de personajes negativos que desean estar en los escenarios o volver a ellos, ignorando o menospreciando el desdén social hacia ellos.

Los casos más paradigmáticos son los de Elba Esther Gordillo, y más que nadie, el de Napoleón Gómez Urrutia El Napo, el corrupto dirigente minero actualmente radicado en Canadá, que hace pocos años fue acusado de un enorme desfalco a su gremio, por más de 50 millones de dólares.

Gracias al don redentor que algún rayo celestial dejó sobre la testa de Andrés Manuel López Obrador, el señor de la minería contenderá por una candidatura plurinominal al senado, que le permitirá asegurar fuero constitucional y regresar con dicha y plenitud al país.

Y podemos discutir sobre el caso del dirigente minero, como de muchos otros con similares circunstancias en los equipos de los distintos candidatos presidenciales, como son los ejemplos de Nestora y Félix Salgado, Fausto Vallejo, Greg Sánchez, Ricardo Gallardo y Josefina Vázquez Mota. Y falta por conocer las listas definitivas a diputados del PRI, que también tienen lo suyo.

Resulta irónico que Andrés Manuel, quien por mucho tiempo se escudó en la famosa honestidad valiente y nos hablara sin descanso de la mafia del poder, ya como el político pragmático, oportunista y convenenciero en que se convirtió, olvidara de tajo los dichos fundacionales de su movimiento.

Y lo más paradójico, es que, cobijado en el manto de MORENA, el partido que evoca a la Guadalupana, pareciera que quiere devolverle a la virgen la corona que alguna vez le quitaron los pleitos económicos entre el Estado y la Iglesia.

Pero no se trata de la corona sobre la frente de la virgen, que en las imágenes portaba antes de ese divorcio. Lo que parece que se propone, es una auténtica regresión a la época de la conquista española, a los tiempos de la Corona, cuando por designios del Rey Felipe II, se empezaron a vender en lo que hoy es Latinoamérica, los cargos públicos a los mejores postores.

En ese tiempo -segunda mitad del siglo XVI -la venta de cargos civiles y militares, permitió a la Corona Española hacerse de los ingresos que necesitaba para subsanar el tremendo gasto que ocasionaban las guerras y los esfuerzos para mantener el imperio. Esas recaudaciones eran el oro y la plata que sostenían la política imperialista. Y los cargos podían transferirse a descendientes o compradores.

Pero también había una segunda intención en traer a la Nueva España a los nuevos funcionarios. Se trataba de contrarrestar con ellos a los ambiciosos conquistadores originales que no querían dejar tajada económica a la casa del Rey.

Al final, todo quedaba en un tomatodo entre grupos, donde quienes siempre perdían era el incipiente país, los indígenas y los mestizos. Los dueños de esos cargos estaban más preocupados en recuperar el costo de sus inversiones, que en hacer una labor en beneficio del imperio.

Algo similar a lo ocurrido hace 400 años, es lo que en estos momentos acontece en la política nacional.

Morena ha puesto la pauta. Los cargos públicos se ofrecen sin descaro al mejor postor. Los neopejistas de negros antecedentes serán quienes se enfrenten a los fieles conquistadores de Morena, una vez que ambos grupos lleguen con López Obrador al Palacio Nacional.

Tierra a la vista; rebatinga sin igual.

Límites, los que marque la doctrina Hidalgo.

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