El panorama político en México había sido alternado de forma significativa y pacífica en los últimos años por el fortalecimiento de las oposiciones. Desde finales de los 70’s, cuando la reforma democrática posibilitó el sistema de representación proporcional, en la política del país se buscó -aunque fuera simbólico- que el pluralismo se representará en el Congreso de la Unión, dando alguna variación al monótono paisaje tricolor del Partido Revolucionario Institucional (PRI).

Desde la victoria del Partido Acción Nacional (PAN) en el año 2000, nunca otra fuerza política había ganado legítimamente la presidencia de México, sin olvidar el fraude electoral de 1988, cuando el sistema político robó el triunfo al ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas e impuso a Carlos Salinas. Hechos o circunstancias imputadas a Manuel Bartlett, ahora, cercanísimo colaborador de López Obrador.

En aquellas décadas, fortalecer los métodos de participación democrática se convirtió en ardua tarea para el Estado Mexicano. Se legitimó el triunfo de Salinas de Gortari y se vinculó a la ciudadanía en la vigilancia de las elecciones en el país con la creación, en octubre de 1990, del Instituto Federal Electoral (IFE), hoy Instituto Nacional Electoral (INE), organismo autónomo que ha reconocido los triunfos de la oposición en todos los colores y que ha posibilitado y apoyado el triunfo del PAN y MORENA en las elecciones presidenciales de este siglo, aspecto que no debe olvidarse.

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En México, y después del convulso periodo revolucionario, las transiciones han sido, en lo general, pacificas. Ya sea porque se ha tolerado a la oposición, o porque ésta ha sido reconocida como una pieza importante para mantener el pretendido equilibrio político general. La oposición ha sido un actor relevante para hacer funcionar y regular al Estado Mexicano y su sistema y así sobresalió a la indiferencia imperial del PRI y sus gobiernos. Así sucedieron las cosas hasta diciembre de 2018.

Con el triunfo de Andrés Manuel López Obrador y su arribo al poder ejecutivo, la oposición se apagó, se desanimó y, salvo la Ciudad de México, quedó pasmada y cayó en el juego discursivo de que los inconformes están “moralmente derrotados”. Esas palabras dejaron a la nueva oposición con escasa movilidad y jugando a ser los del equipo contrario, mientras AMLO y sus seguidores avanzan, difundiendo mediáticamente ese mensaje “apabullante” y pretendiendo hacer creer a la sociedad que no hay otra opción, solamente Morena.

Cuánto hubieran dado en sus épocas como candidatos presidenciales, Fox, Calderón o Peña, de haber tenido a su favor la actual vía libre para promoverse, que tienen las tres corcholatas de AMLO (Sheinbaum, Ebrard y el secretario de gobernación), y además un horizonte benévolo como el que ahora tienen esas corcholatas que andan hablando de sus aspiraciones por todo el país, pisoteando la ley electoral tranquilamente, porque saben que su mentor, que sólo conoce su propia ley, ha inmovilizado con la fuerza del Estado a la oposición, a través de la Unidad de Inteligencia Financiera y la pesada macana, que sin recato enseñan en el territorio las fiscalías nacionales. 

Estas ventajas, sin contar con los grupos delincuenciales beneficiados con la política del “Abrazos, no balazos”, que se han llevado entre las balas o accidentes extraños, a numerosos políticos grandes y chicos, a líderes regionales, a ambientalistas y no pocos periodistas disidentes.

Y hay un problema de fondo y de forma: el PRI no sabe ser oposición porque fue creado para ser gobierno; el PAN no supo ser gobierno en dos sexenios, quizá porque nació para ser oposición. Y MORENA, que tiene en su médula, en su cerebro y en su corazón a Andrés Manuel como guía y como propósito, resulta ser un partido que nació por el empecinamiento de un hombre en su enfermiza obsesión de ser presidente, pero que es un presidente omnipotente que no acepta oposición y no sabe gobernar.

Los principales partidos de oposición (PRI, PAN, PRD y MC, que aún sigue deshojando la margarita) y los actores políticos que realmente pretendan ser oposición, tienen que despertar y mostrar horizontes de esperanza, de proyecto político y contrastar a los gobiernos de Morena. Pero quizá no lo hacen por estas posibles circunstancias:

Muchos de los dirigentes o aspirantes de oposición han estado vinculados a temas de corrupción, por lo tanto, no hay calidad moral para combatirla; la segunda, el temor y la precaución de que, sí sacan la cabeza desde ahora, el sistema 4T los ‘desaparezca’; la tercera, la constante y permanente violación a la ley y al Estado de Derecho de los gobiernos y precandidatos morenistas; la cuarta, la 4T persigue y encarcela a los que detecta como oposición y; la quinta, se sienten sin seguidores y se observa que no saben cómo poner límites al autoritarismo en turno.

Pero estos naturales temores, están llegando lamentablemente a la gente de a pie, y no sería nada remoto, pensar que la propia sociedad que percibe estos peligros, decida abstenerse el día de la elección, con objeto de proteger su integridad física. Porque los balazos, los desmanes y la falta de seguridad pública, cancelan o disminuyen el ejercicio de las libertades.

Quizá esas razones son las que, por ahora, hagan pensar que la oposición no quiere ganar, y que desea ‘dar otra oportunidad”, otro sexenio de gracia a los lopezobradoristas, quienes buscan quebrantar una de las características de la sociedad moderna: el pluralismo político.

Mientras tanto, en ciudades y pueblos se murmuran o se aconsejan cosas como estas: “Todavía no es hora compadre, espérate tantito, aguántate, no salgas al campo, no andes solo, no te vayan a venadear. Acuérdate de los opositores que ya no están; recuerda a los jefes panistas de Puebla que se les descompuso el helicóptero”. 

Vivimos tiempos peligrosos.

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