Desde la llegada al poder del presidente Andrés Manuel López Obrador, se percibe que el Estado incumple las funciones esenciales, restándole eficacia a su funcionamiento. México necesita reconocer la necesidad del Estado mismo, de un orden jurídico político, que no es espontáneo u ocurrente sino acordado, y tiene poderes limitados y funciones irremplazables que se deben cumplir conforma a las leyes.

La realidad es que, en los gobiernos de la denominada cuarta transformación, los políticos se dejan llevar por su ambición y buscan cualquier oportunidad de crecer y de consolidar su legitimidad, a medida que las fuerzas políticas ven que el esquema se rompió. Y no es que los ‘opositores’ estén ‘moralmente derrotados’, no. El sistema lopezobradorista cuida resaltar el ideal revolucionario de que se están modificando las condiciones de vida para los más desfavorecidos.

Bajo esos argumentos se viene sembrando, sin piedad alguna, el totalitarismo. Un totalitarismo diseñado para despreciar a quien se salga del carril de la ‘transformación’. Hay un Estado excesivo, por lo tanto, inhumano. Los difusores y defensores de la 4T se creen garantes de seguridad para los débiles, proveedores de bienes y servicios que, se dice, no prestan los conservadores o los adversarios.

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Una forma de remar en los gobiernos de Morena es organizar en la administración pública el incremento de centenares de personas que ‘trabajan’ para erigir cientos de miles de políticos, funcionarios o empleados sin cartas credenciales idóneas para que funcione el Estado. Alinear a los menos preparados permite manipular conciencias con mayor eficacia para los fines de unos cuantos.

El Estado mexicano esta convertido en un “proveedor” de moral, que pretende determinar nuestra conciencia, indicándonos lo que está bien y lo que está mal, sin dejar el menor resquicio a la duda y a la deliberación, para privar a los ciudadanos de conciencia y libertad. Nada nuevo, esto ha sido ensayado por los Estados totalitarios del  siglo XX.

Imponer la moralidad, a través del mañanero ‘Mesías tropical’, es un mecanismo que facilita un coeficiente extraordinario de desigualdad ante la ley. Por ello, cuando hoy se entra a una oficina pública, no se necesita cumplir con lo que establece la norma, lo que se necesita es tener suerte.

El riesgo del Estado mexicano es cierto. López Obrador, como buen catastrofista, argumenta con pesimismo la situación que dejaron sus antecesores. Todo es caótico, corrupto y fallido por culpa de los de atrás. Por ello traslada el enfrentamiento, un día sí y otro también, a sus adversarios. Su grito de guerra es: ‘A la cárcel’. Claro, continuar con el circo será lo mejor en su política, no en su gobierno.

Se debe reparar en que los errores de las políticas y administraciones gubernamentales de Morena, son evidentes y predecibles. La aguda conciencia puede apoyar, para evitar, las consecuencias indeseables de lo que ya se sufre en México: Inseguridad y delincuencia, pobreza, desigualdad, corrupción, falta de justicia (debido a la pérdida de Estado de Derecho), desempleo, educación de baja calidad y fallido sistema de salud, entre otros males.

Si el envalentonado presidente López Obrador retó a Estados Unidos con el tema de las violaciones al T-MEC, evocando la canción ‘¡Uy, qué miedo!’, del desaparecido Chico Ché, entonces, habría que pensar, cuántos de los 30 millones de mexicanos que legitimaron su triunfo, estarían recordando al músico y compositor Marco Antonio Solís ‘El Buki’: con su lamento musical ‘Cómo fui a enamorarme de ti’.

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