Si algo caracteriza al rectorado de Sara Ladrón de Guevara en la Universidad Veracruzana, es el hecho de haber venido de más a menos desde el momento en que la incluyeron en la terna para ocupar el cargo. Y si hablamos de los altos fines de la institución, pareciera que una extraña fuerza los va empequeñeciendo con cada día que pasa.

Los problemas empezaron cuando la doctora Ladrón de Guevara llegó a las Lomas del Estadio en septiembre de 2013. No faltaron los académicos que se inconformaron con el equipo que ella invitó para ocupar los puestos más altos de esa casa de estudios.

En su discurso inicial apeló a la tradición y la innovación como premisas de trabajo. Ofreció innovación académica con calidad, así como presencia en el entorno, con pertinencia e impacto social. También prometió una gestión responsable y con transparencia. En ese tiempo, objetivos incuestionables.

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Pero eso era un discurso conveniente, oratoria falsa, similar a la de las malas profecías. Palabras que vuelan con el viento; sobre todo si se profieren desde el mareo de las alturas.

Primero el silencio cómplice en que incurrió aquella ocasión en que supuestos policías estatales llegaron a dar una paliza atroz a un grupo de estudiantes universitarios que se habían reunido a convivir en céntrico domicilio xalapeño. Esa vez, emulando a la cantante Shakira, la Rectora quedó ciega, sorda y muda.

Pero pocos meses después, consciente de que se vivían luchas electorales, diligentemente recordó las viejas deudas de su entonces gobernador. Se sumó a los tiempos del cambió y la promesa del rescate y metió en su movimiento a 30 mil universitarios e intelectuales que creían en ella. El 10 de marzo del año pasado organizó en Xalapa una megamarcha con ellos para reclamar más de 2,300 millones de pesos que no le habían pagado a la Universidad.

Ese objetivo, que calificaron como irrenunciable, con el paso de los meses fue olvidado por los universitarios que acudieron a la marcha, por los intelectuales que se mostraron solidarios y también por la propia Rectora.

Cuando Miguel Ángel Yunes Linares ganó la gubernatura, Sara dio su apoyo para elaborar el Plan Estatal de Desarrollo, documento rector que hasta ahora no dirige nada.

Apenas tomó posesión Yunes Linares, ella apoyó la titulación fast track del secretario de gobierno Rogelio Franco Castan (y no Castán, como dice su acta de nacimiento). Su firma fácil hizo olvidar aquel discurso del respeto a la tradición, a la gestión responsable y a la transparencia que la elevó a los altares. De esa irresponsable manera, echó a la basura el principal patrimonio de la institución: su prestigio, forjado durante muchos años de esfuerzo.

La deuda terminó de difuminarse cuando Tula Guerrero, su secretaria de finanzas en la Rectoría, ascendió a la titularidad de la Secretaría de Finanzas del Gobierno del Estado.

Ahora, solamente se habla de la añorada reelección de la señora Sarita. Cree que cuenta con el respaldo del gobernador, y dicen algunos, también de prominentes poblanos que luchan por alcanzar el poder presidencial en México.

Pareciera que la institución seguirá envuelta en los ambiciosos afanes de continuidad de Sara, que de llegar a permitirse, pueden hacer caer todavía más el prestigio universitario y acercar a la ruina a la Máxima Casa de Estudios de los veracruzanos.

Esperaremos a ver qué sucede. Si camina esa reelección, lo hará en el fango del descrédito y el despropósito.

Por suerte para los veracruzanos, la Universidad aún es más grande que sus autoridades.  Y cuatro años pasan pronto.

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