En el año de 1984 el periodista Alan Riding publicó el libro Vecinos Distantes: un retrato de los mexicanos, una obra que proporcionó una visión norteamericana sobre el país azteca. En la justificación del libro el autor reflexionó en que “probablemente en ningún lugar del mundo dos vecinos se entiendan tan poco”. Carlos Fuentes opinó que el ensayo de Riding sería un libro clásico sobre México durante mucho tiempo.

Pero décadas después esa distancia se ha ido acortando con sus pros y contras. Los inmigrantes de origen mexicano constituyen una extraordinaria fuerza laboral norteamericana que aporta riqueza a ambos lados de la frontera. Las remesas han ido incrementándose año tras año y han proporcionado mejores condiciones de vida a la población de más de diez estados de la república. 

Es una realidad que en todo el año existe un gran movimiento de personas originado por la emigración mexicana y centroamericana hacia Estados Unidos. Durante los gobiernos de Trump y de López Obrador, el tema de los indocumentados ha sido noticia diaria, junto con el célebre muro divisorio y los traslados ilegales y deportaciones por miles que ocurren y que se mueven día y noche desde Chiapas hasta el Río Bravo y viceversa. 

Anuncios

Y los vecinos ya no tan distantes del siglo XXI, en ese movimiento de ir y venir de personas en busca de empleo y sueños de bienestar, están dando las primeras muestras no tan gratas respecto al contagio del coronavirus. El famoso Covid 19 que tantos dolores de cabeza y pánico está provocando al mundo y al país del norte, comenzó a dejar terrible huella en diversos hospitales de México, donde médicos, enfermeras, administrativos y pacientes han adquirido el virus traído por personas que se acercaron o cruzaron el Río Bravo.

Pero lo más delicado parece que está por venir. Desde el viernes pasado los estadounidenses superaron los dos mil muertos diarios a causa del coronavirus. Se ha informado que allí existen más de medio millón de personas infectadas y que el foco más peligroso se encuentra en la ciudad de Nueva York, donde incluso han dispuesto de una isla cercana al Bronx para sepultar a los fallecidos.

Pudiera suceder que a partir de esos trágicos números estadounidenses, México sufriera graves efectos colaterales, dado el tratamiento similar que ambas naciones dieron en los temas de prevención tardía y de politización de la pandemia, y considerando que la lejana distancia que observaba Alan Riding hubiera sido acortada sensiblemente, transformada en frágil vecindad, o en frontera amigable, como lo muestran el paso de drogas y delincuentes, las acciones y negociaciones del tratado de libre comercio (T-MEC), los oscuros manejos de los presidentes sobre migración, los sorprendentes acuerdos sobre el petróleo y la OPEP, el alto número de turistas y residentes fronterizos que cruzan el lindero en ambas direcciones, sin olvidar todos aquellos asuntos legales o no, donde la sociedad mexicana-estadounidense se ha ido globalizando y consintiendo una aculturación.

Es urgente que el gobierno mexicano proporcione seguimiento puntual a los flujos de personas en la frontera norte en estos tiempos de incesante aumento de muertes por coronavirus en Estados Unidos. No sea que la vecindad un tanto permisiva y nada distante, ocasione un México con muchos más muertos que los que el gobierno de AMLO contempla.  

Publicidad