La obra de ampliación del primer puerto de México, que al parecer visitará este día el presidente Enrique Peña Nieto, no compensa ninguna de las pérdidas que ha sufrido el estado de Veracruz durante su administración. Mucho menos, el corto tramo de autopista que habrá de inaugurar en Nautla.

Dudosa se veía su posible gestión en el palacio nacional, cuando el ahora presidente de la república tuvo su primera aparición en Xalapa, como prospecto a ese cargo, junto a la futura primera dama del país en septiembre de 2011. Esa tarde acompañaban al entonces orgulloso gobernador Javier Duarte y a su consentida dama de la abundancia en el patio central del palacio de la calle de Enríquez.

Eran los años en que a los mexicanos les urgía que concluyera el gobierno de Felipe Calderón y su criticada guerra militar contra el narcotráfico, que ya causaba miles de muertos y desaparecidos en todo el país.

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Cuando Peña visitaba la capital veracruzana como precandidato presidencial, los mexicanos estaban urgidos de nuevas y mejores estrategias de seguridad en la cúpula gubernamental.

Llegó Peña Nieto al gobierno federal en diciembre de 2012, y en su equipo, el poderoso Miguel Ángel Osorio Chong a manejar la secretaría de gobernación. Lo poco que se había avanzado en los sistemas de inteligencia y en la reestructuración del sistema nacional de seguridad pública en el sexenio previo, fue desechado por el hidalguense y su grupo político.

Modificaron las estrategias y cancelaron áreas importantes. En unos meses, el espinoso tema del narco, de los asesinatos y de las desapariciones de civiles empezó a crecer a niveles superiores a los de la gestión anterior. La nación se llenó de miles de crímenes, de mayor número de muertos y de cientos de desaparecidos mensualmente, un tercio de ellos, jóvenes en plena adolescencia. Y empezaron murmullos e historias de que los muchachos eran reclutados a la fuerza por los cárteles del narcotráfico.

Con todo y los nuevos esquemas y crecientes presupuestos policiacos y militares, el país se cubrió de asesinatos y de desaparecidos por miles. Se dice que Guerrero, Veracruz y Tamaulipas llevan en estos momentos las cifras más altas en esa terrible realidad.

Pero Veracruz es uno de los estados donde todos los índices negativos se han superado.

El régimen duartista, que era uno de los consentidos de Peña, desapareció de las arcas públicas más de 75 mil millones de pesos. Y a un año y medio de su salida, los dineros robados siguen perdidos y sin justificación ni obras de ningún tipo.

Salvo escasos mil millones de pesos recuperados por el gobernador Yunes Linares, lo demás se esfumó en medio de millones de palabras habladas y escritas todos los días por los principales actores políticos locales y del centro, muchos de ellos, aparentemente perdonados y en plena campaña hacia los nuevos cargos.

Javier Duarte se convirtió en el mayor ejemplo de corrupción en la historia de México. Y por el lado de la economía, en el estado se contrajo la inversión pública y privada y las estadísticas oficiales indican que Veracruz fue una de las entidades federativas donde más creció la marginación y el rezago social. Más del sesenta por ciento de la población vive en situación de pobreza.

Y la peor de todas las calamidades, es que los veracruzanos viven en permanente duelo con los miles de muertos y desaparecidos en estos seis años de administración peñista. Lo más triste es que mes con mes se descubren nuevas fosas de cadáveres en el territorio, cuya aparición a nadie parece importar. Los colectivos femeninos de búsqueda son menospreciados e incluso vilipendiados por autoridades insensibles. En diciembre de 2015, el portal Animal Político informó que una de cada cuatro desapariciones del país ocurría en el estado de Veracruz.

Este es el ominoso recuerdo que dejará la cauda de corrupción, complicidades, errores y omisiones de la gestión presidencial de Peña Nieto.

Veracruz no fue parte de sus prioridades, si es que las hubo.

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