El triunfo indiscutible de Claudia Sheinbaum el dos de junio pasado, ha dejado diversas lecturas en México. Fue histórico porque logró una votación superior a la obtenida en anteriores contiendas presidenciales. 36 millones de votos que no pudieron alcanzar las dos fórmulas políticas de la oposición, representadas por Xóchitl Gálvez y Jorge Máynez. El partido Morena también se llevó la mayoría de las posiciones en juego en todo el país.
Otra lectura es la polarización que el partido guinda trata de mantener en la narrativa popular. Actores y seguidores lo demuestran de todas las maneras posibles en las diferentes redes sociales, calificando negativamente a la población que no comulga con el obradorismo y sus estilos de gobierno y pensamiento.
Pero hay un hecho real y legal que los vencedores y vencidos parece que olvidan. Esa inmensa cantidad de votos obtenidos por la futura presidenta de la república sólo representa al 36% del padrón electoral mexicano, compuesto por 98 millones 472 mil ciudadanos que cuentan con su credencial del INE. Esto significa que el sesenta y tres por ciento de la población empadronada, no apoyó a la fórmula morenista o no quiso acudir a ese día a las urnas. Y en esto que poco se evidencia en los medios de comunicación, existen muchas explicaciones que deben atenderse.
La semana pasada el historiador Enrique Krauze recordó a José Vasconcelos y su fallida oportunidad de alcanzar la presidencia de la república en 1929 ante Pascual Ortiz Rubio, quien en aquella ocasión obtuvo el triunfo electoral. Y recordó también que miles de ciudadanos que en esa época lo apoyaron, después se dispersaron y desaparecieron en el olvido debido a que el intelectual y educador nacional decidió no continuar con la lucha democrática de ese sorprendente movimiento vasconcelista.
Y observando las similitudes de ambas contiendas electorales, el historiador hizo un llamado a la oposición nacional para recomponerse y crear una nueva institución, una opción civil que represente a las minorías que no votaron por el oficialismo, aconsejando que esta se presente como competencia política para ver si así conquista al electorado en las próximas elecciones.
No un partido, aclaró, pero sí una oposición ciudadana que empiece a pensar en cómo representar a esa sociedad para obtener resultados claros, porque “el poder absoluto extravía a quien lo detenta. Desemboca en la tiranía. En cualquier democracia, los límites son necesarios. Los vencedores deben inventar a su Reyes Heroles”, remató Krauze.
El pensamiento inconforme que tiene esa extensa minoría que no acude a votar, debiera ser aprovechado por aquellos ciudadanos también inconformes, quienes deben probar distintas maneras de incentivar la participación cívica de ese conglomerado supuestamente “alejado” de la política, pero que finalmente sí incide de manera importante en los resultados, y por eso mismo, esos ciudadanos que no cumplen con el deber de votar sí están haciendo política desde una engañosa comodidad casera.
Quizá Xóchitl Gálvez, que obtuvo más que 15 millones de votos, no reaccione como Vasconcelos y decida mantenerse en la lucha. O quizá, surja en el escenario otro personaje con tamaños y discurso para encabezar a esa oposición activa y pasiva que no debe quedarse simplemente observando el devenir nacional que se acerca inexorable en el horizonte. Las generaciones futuras no lo perdonarían nunca.