Alguna vez el académico José Woldenberg dijo que la reforma política diseñada por Jesús Reyes Heroles, y puesta en marcha en el año de 1977, había sido la señal de salida de lo que luego se conocería como la transición democrática mexicana. El político y funcionario expresó también que el veracruzano asumió que el pluralismo debía encontrar cauce, destacando además que esa reforma era la típica reforma que construye futuro y que delinea un horizonte.

Según Woldenberg, el inicio de la transición fue en 1977 y el fin de ella ocurrió en las elecciones de 1997, cuando el PRI perdió por primera vez la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados y la oposición ganó el gobierno del Distrito Federal. Para él, la alternancia pacífica y ordenada en el Ejecutivo Federal en el año 2000, fue posible porque la transición estaba ya concluida.

En 1994, cuando empezaba el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá, la inesperada aparición del Ejército Zapatista de Liberación Nacional en Chiapas y el terrible asesinato del candidato presidencial Luis Donaldo Colosio en Tijuana, forzaron al sistema político mexicano a designar a Ernesto Zedillo Ponce de León como candidato sustituto del PRI. Prácticamente sin oponente de peso, llegó a la presidencia de la república, y ocupando ese cargo, ocurrió el triunfo electoral del panista Vicente Fox Quesada, que con toda seriedad reconoció el mandatario.

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Pasaron tres sexenios y el descrédito acumulado del PRI y las innumerables muestras de corrupción en el gobierno de Peña Nieto y en diversos gobiernos estatales, tienen a ese partido en el tercer lugar en las diferentes encuestas. Parece que de nueva cuenta, en menos de veinte años, ese partido entregará el poder presidencial a la oposición.

El candidato oficial José Antonio Meade Kuribreña no ha podido rebasar al segundo lugar Ricardo Anaya, y mucho menos acercarse al que tiene el primer sitio desde hace muchos meses. Hasta ahora, todo indica que Andrés Manuel López Obrador será quien se cruce la banda presidencial en el pecho a partir del primero de diciembre de este año.

Y se han dado varias señales en el sentido de que no existe ninguna posibilidad de que a Andrés Manuel se le arrebate el triunfo el primero de julio próximo. La base electoral del morenista ha ido en ascenso imparable. En el debate del domingo anterior, López Obrador reitero que él no guarda venganzas (contra Salinas o contra Peña Nieto). Y por si fuera poco, semana tras semana el sector empresarial da muestras de que los dueños del capital podrían coordinarse sin problemas con el tabasqueño.

El presidente Peña Nieto partió el fin de semana pasado a una gira por diversos países de Europa. Hace dos días, en reunión con los integrantes de la Confederación Patronal Neerlandesa (los segundos inversores en México), afirmó que “el hecho de tener un proceso electoral, no debe alterar de manera alguna la visión que hay sobre las condiciones y oportunidades que hoy México ofrece. Al igual que en todos los países democráticos, en las elecciones algunos ganan y otros no, pero a final de cuentas, los países transitan a partir de su orden constitucional y marco legal que le han dotado para poder seguir creciendo y tener mayor desarrollo”.

Como antes Ernesto Zedillo Ponce de León, a Enrique Peña Nieto las circunstancias y la obligada alternancia política, lo empujan a manifestarse como el presidente demócrata y moderno de un país que pretende estar entre los más avanzados del siglo XXI.

Tiempos difíciles y circunstancias paralelas los unen.

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