Jesús Lezama

El aperreo de antier me aviene a uno de los micro relatos del Diapsálmata de Kierkegaard, aquel en el que el filósofo danés se lamenta de los tiempos malos y se queja de la mediocridad de los hombres. Dice que sus ideas son sutiles y frágiles como encajes y ellos mismos son dignos de lástima. Los pensamientos de su corazón son demasiado mezquinos para que se les dé la categoría de pecaminosos, dice, y que tal vez esos pensamientos en un gusano constituyeran un pecado, pero no en un hombre hecho a imagen y semejanza de sí mismo. Se conduele porque sus placeres son circunspectos e indolentes, y sus pasiones, adormiladas. Y los llama mercedarios. Por eso, digo yo, como clama el dicho: a caballo comedor, cabestro corto.

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