Jesús Lezama
“Esas son historias de muertos”, solía decir un maestro de periodismo cuando un alumno le leía en clase un trabajo desapegado al interés común y más cercano a una anécdota.
Esta es una historia de muertos: a principios de los años ochenta, Marco Aurelio Carballo vino a Xalapa para presentar uno de sus tantos libros. Veracruz era gobernado por Agustín Acosta Lagunes. Al chiapaneco lo acompañó su entrañable amigo René Avilés Fabila, quien durante sus años de militancia comunista tuvo una cierta relación con don Agustín. Fabila le propuso a Carballo visitar al mandatario veracruzano. Fueron al Palacio de Gobierno. Se anunciaron y el gobernador los recibió. Se saludaron con un “querido René” y un “querido Agustín” seguido de un “hace tanto tiempo” y “un mucho gusto Marco Aurelio”. Carballo le regaló el libro que esa tarde presentaría y mientras conversaban (“¿Entonces todavía andas perdido en esas cosas de la izquierda, René?”), don Agustín se abanicaba con el libro regalado, lo que no era muy del agrado del autor. En algún momento de la anodina y breve plática, el gobernador se dirige a su secretario particular, que iba y venía por el despacho, y le dice: “Toma, cuando lo leas me dices de qué se trata”. Carballo, enojado, se pone de pie y, casi a grito pelado, le reclama a don Agustín: “¡Oiga, eso es una falta de respeto!”. Gobernador: “Calma, don Marco Aurelio, no se me sulfure”. Y luego, a manera de justificación de aquel embate, el gobernante aficionado a las artes y la ciencia le dice: “Mire, no lo tome como algo personal. Yo leo mucho y me gusta mucho la lectura, pero desde hace tiempo decidí no leer nunca un libro regalado, si no, ¿imagínese usted cuanta basura leería?”.
Como le decía, es una historia de muertos: hace cinco años murió don Agustín, hace uno, Marco Aurelio; y el domingo pasado, René Avilés Fabila, autor de El gran solitario de Palacio.