Jesús Lezama

En México, el calendario católico marca que el 1 de noviembre es el Día de Todos los Santos y el 2 el Día de los Muertos, una de las fiestas más emotivas. Los mexicanos honran la memoria de los seres queridos que han partido al otro mundo creyendo que regresan a las casas para convivir y comer con ellos. 

Ayer, el presidente Andrés Manuel López Obrador recibió y desayunó en Palacio Nacional con el filósofo español Fernando Savater y su esposa Karen de Juan. ¿Qué muertos habrán recordado? y, si fue así, ¿los hicieron convivir en la mesa?

No hubo detalles del encuentro, pero se espera que el maestro Savater no haya evocado algunas reflexiones de ‘Ética para Amador’, tales como: 

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A los calumniadores profesionales del placer se les llama “puritanos”.

Grave simplificación: la mayor complejidad de la vida es precisamente ésa, que las personas no son cosas.

En lo único que a primera vista todos estamos de acuerdo es en que no estamos de acuerdo con todos.

La mentira es algo en general malo, porque destruye la confianza en la palabra -y todos necesitamos hablar para vivir en sociedad- y enemista a las personas.

Pero si el filósofo, uno de los más reconocidos en España y América Latina, se puso irónico y en el desayuno le habló del tipo imbéciles que desgranó en su ensayo, la pregunta no es si AMLO encaja en alguna categoría o no. La pregunta es en que grado encaja en cada una de ellas.

Veamos los modelos de imbéciles descritos por Savater

a) El que cree que no quiere nada, el que dice que todo le da igual, el que vive en un perpetuo bostezo o en siesta permanente, aunque tenga los ojos abiertos y no ronque.

b) El que cree que lo quiere todo, lo primero que se le presenta y lo contrario de lo que se le presenta: marcharse y quedarse, bailar y estar sentado, masticar ajos y dar besos sublimes, todo a la vez

c) El que no sabe lo que quiere ni se molesta en averiguarlo. Imita los quereres de sus vecinos o les lleva la contraria porque sí. Todo lo que hace está dictado por la opinión mayoritaria de los que le rodean: es conformista sin reflexión o rebelde sin causa.

d) El que sabe qué quiere y sabe lo que quiere y, más o menos, sabe por qué lo quiere, pero lo quiere flojito, con miedo o poca fuerza. A fin de cuentas, termina siempre haciendo lo que no quiere y dejando lo que quiere para mañana, a ver si entonces se encuentra más entonado.

e) El que quiere con fuerza y ferocidad, en plan bárbaro, pero se ha engañado a sí mismo sobre lo que es realidad, se despista enormemente y termina confundiendo la buena vida con aquello que va a hacerle polvo

(…) Y todavía siento más tener que informarte que síntomas de imbecilidad solemos tener casi todos; vamos, por lo menos yo me los encuentro un día sí y el otro también, ojalá a ti te vaya mejor en el invento… Conclusión: ¡Alerta!, ¡en guardia! ¡la imbecilidad acecha y no perdona!»

¿Qué aires soplarían en Palacio Nacional?

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