Jesús Lezama

Hace algunos años dos reconocidos reporteros de Veracruz se encontraron en el centro de Xalapa. Tras un ligero y reciproco reconocimiento a la labor que desarrollaban en los medios, uno de ellos preguntó al más longevo. 

¿Qué es lo que debe cuidar un político y qué es lo que debe cuidar un periodista?

Entrecerrando los ojos y después de un profundo respiro, el viejo respondió:

Anuncios

-Mire usted, un político debe cuidar su desprestigio, porque el prestigio se cuida solo. También es fundamental que cuide su autoridad, porque si la pierde, pierde todo.

¿Y un periodista?, cuestionó el insistente comunicador

Un periodista, aunque tenga premios mundiales, nacionales, estatales o municipales, no sirve para nada si no cuida su credibilidad. Cuando la pierde, perdió todo – concluyó el reportero.

Este relato fue real y sigue vigente. Y regresa a la memoria por los tiempos que se viven en Veracruz en la política y en el periodismo. Las campañas políticas, en las que se decidirá quién será la persona responsable del Poder Ejecutivo estatal los próximos 6 años, están desbordadas de acusaciones y descalificaciones entre los contendientes. Hasta ahí todo entra en lo normal, porque se trata de una contienda política electoral.

Pero lo que no es normal, son las graves y evidentes pruebas que se han ventilado sobre la presunta corrupción, enriquecimiento ilícito y tráfico de influencias de Rocío Nahle García, candidata de Morena, PVEM, PT, y FXM al gobierno de Veracruz, como extitular de la Secretaría de Energía en el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, en específico como responsable de la construcción de la Refinería Dos Bocas, en Tabasco.

Los mortales señalamientos son desestimados cínicamente, por la aspirante morenista, por alguno que otro servil, o por aquellos que todavía “se espantan con el petate del muerto”. Sin embargo, gran parte de la sociedad no deja de asombrarse cuando escuchan las pobres argumentaciones y las diminutas descalificaciones de las que echan mano los morenistas para “defender sin querer queriendo” a la señora Nahle.

Los hechos y pruebas de la presunta corrupción, del enriquecimiento ilícito y del tráfico de influencias, son tan notorios, que la zacatecana Rocío Nahle acusa “violencia política de género” y “guerra sucia” de sus adversarios. Pero cae en error. De lo que se trata es que ella transparente y justifique cómo ha logrado acumular una riqueza inmobiliaria, económica y empresarial al lado de su esposo José Luis Peña, superior -hasta el momento- a los 200 millones de pesos.

No hay visos de que la señora Nahle vaya a cambiar la narrativa de descalificar a los “Yunes”. Tampoco de culpar al pasado “neoliberal”, ni mucho menos dejará de insistir que los “ataques” son en “nado sincronizado”. Ese es el manual discursivo que dictó López Obrador y nadie puede perturbar. Pero de tanto nado se va a perder en la nada.

Rocío Nahle no dimitirá como candidata por ser señalada y evidenciada como corrupta, ella es zacatecana, no de España. Allá donde el día de hoy el presidente del gobierno Pedro Sánchez, dijo que necesita parar y reflexionar para sopesar su dimisión sólo porque su esposa Begoña Gómez fue denunciada por un posible delito de tráfico de influencias.

Roció Nahle ha perdido todo tipo de autoridad y su credibilidad está sustentada en el irresponsable abuso de las mentiras del régimen obradorista.

Publicidad