Jesús Lezama

En un gran sector de México se ha señalado y, al mismo tiempo, cuestionado la necesidad de realizar profundos cambios legales. Hay otros grupos que piensan que no hay necesidad de cambios. Pero, al ser una sociedad en constante transición es necesario modificar el marco legal para adecuarlo a las necesidades actuales.

Cuando se habla de corrupción votan porque se aplique la ley a todos por igual, que sean juzgados, condenados y que cumplan las penas que imponga un juez. ¿Favoritismo? Que los gobernantes se ajusten a las leyes que manifiestan trato igual para todos ¿Despilfarro? Que se pongan en práctica las normas que obligan a un presupuesto más equilibrado. En otras palabras, que las autoridades y los políticos sean congruentes entre lo que juran ante la Constitución y lo que hacen.

Estos deseos son como un conjuro, un hechizo suficiente para producir efectos mágicos. Los aludidos podrían despertar de su negligente conducta y corregirían sus errores. Pero, qué sucede cuando la ley no se cumple… pues que se cumpla ¡coño!.

Nada más sencillo que hacer cumplir la ley. Sin embargo, la ingenua y crédula de que ello se haga llega a un callejón sin salida, a sermones estériles. Si no cambian las condiciones, tampoco cambiarán los resultados. 

Animar a cumplir la ley es bueno. Pero siempre queda en el aire ¿Por qué los gobernantes no cumplen las leyes o lo hacen de manera retorcida, de acuerdo con sus intereses? ¿Cuál es ese extraño e insano proceso que degrada muchas normas, o su espíritu, a la condición de papel mojado?

La respuesta es que la obediencia partidaria está por encima de todo. Y así es como transita el circense proceso para la elección en México de los candidatos y candidatas a ministros, magistrados y jueces, en el nivel federal y local.

En busca de esa posición, los despropósitos de los aspirantes danzan entre la ignorancia, la ridiculez y el cinismo. Acuden a entrevistas pagadas, rellenan podcasts que nadie ve y pocos entienden, provocan mitote para hacerse notar. Todo es entretenimiento corriente, en un país donde la ausencia del Estado de Derecho es la constante transformadora.

Son pocos los ciudadanos con capacidad, medios, tiempo y ánimo para detectar, mucho menos para impedir que el circo de la elección judicial continúe. El proceso sigue, mientras los ríos de dinero en publicitar una “elección judicial” acompañan a la comparsa “cuatrotera”.

Una vez elegidos los justicieros de la transformación, ¿quién garantiza que se atendrán a las leyes? La arquitectura del sistema político actual carece de oportunos controles, juego de contrapoderes, vigilancia mutua entre instituciones o equilibrios internos. Los gobernantes pueden retorcer las normas y la verdadera naturaleza del sistema está muy distante de su mera apariencia legal.

Reconozcamos que no existe la igualdad de condiciones. Y el diablo se manifiesta en los detalles. Pocos son los que identifican adecuadamente a la persona con la que hay que “hablar”. Desestimar y discriminar al otro, sin justificación alguna, es práctica común, continúa y hasta sencilla. México sigue potencializándose como un país bananero.

Que nadie se sorprenda cuando los justicieros mexicanos en lugar de usar toga luzcan una camiseta con los colores del partido oficialista, en donde dominen los intereses presidenciales, la conexión partidaria y el acatamiento de consignas desde los mandos superiores. ¿Seguiremos siendo los caídos, los doblegados, los conformistas, los silenciados, los agachados?.

Todo lo que se observa en las candidaturas de los próximos juzgadores, es que el esfuerzo en el estudio del derecho no está valorado. Lo que parecen buscar es cómo arañar un pedazo del pastel. Aunque tenga gusanos y esté podrido.

La inestabilidad judicial podría crear el conflicto social, el choque entre clanes. El cambio de sistema está por la puerta de atrás. Que nadie caiga en depresión. Es la realidad que se vive en México y no es suficiente un cambio de caras, de siglas o colores. El cambio debe estar en las actitudes y en las decisiones, siempre en beneficio del México de todos los mexicanos.

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