¿Qué somos?, se preguntó. “Tiempo”, se respondió a sí mismo, porque hacía muchos años que sólo hablaba consigo mismo. Miró su reloj, de más de seis millones de pesos, y creyó que por eso, por el puro precio, le diría la verdad exacta, nada más que la pura verdad de la hora exacta de las mentiras que hablaba sobre la pobreza de sus gobernados y de que ellos se la creerían, y además creyó que le revelaría el inicio de la hora exacta de la nueva era del dominio de su familia de esos pobres gobernados, porque así se lo merecían: ser gobernados por un portador de un reloj Richard Mille. Lo que no sabía es que, como decían los romanos, “el tiempo precipita”. O como decía Borges: “Estamos hechos no de carne y hueso, sino de tiempo, de fugacidad”. Aunque se mida con un Reloj de arena, como el mismo poema de Borges lo augura. Y ni aunque valga más de seis millones de pesos el Richard Mille y ofenda a sus gobernados.

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