Jesús Lezama

Y los conejos que saca de la chistera el gobierno del presidente López Obrador no acaban. Por increíble que parezca, más de 6 millones de mexicanos participaron en una consulta chapucera. Cumplir y hacer cumplir la ley es una regla derecha, no chipotuda. Sin embargo, algunos bien intencionados participaron del circo mediático montado por transformados cuatroteístas que se sienten cuatreros del viejo oeste.

Y se dice esto, siempre con respeto a aquellas personas que participaron de manera responsable y mesurada el domingo 1 de agosto en la consulta pública; aquellos que no se vieron en la necesidad o encargo superior de publicar en sus redes sociales (las del chismorreo puro y duro) que cumplieron con una obligación cívica. Por fortuna, y deduciéndolo de los bajos números, se percibe que ya hay gente saturada de tanta manipulación y de las burdas maniobras de distracción. Y esto no es una actitud reactiva, es totalmente reflexiva.

Y la incapacidad de la oposición no logra perfilar una política realmente diferente. El mundo de descalificaciones entre los del gobierno y los “adversarios” es la constante en un país que se desborona minuto a minuto en todos los sentidos. En el caso de la pandemia, que todavía le queda un largo recorrido, las políticas sanitarias y organizativas están ausentes. El deterioro institucional y la debacle económica no se detienen en México.

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Y no vale estar diciendo, un día si y otro también, que todo es culpa del pasado. Pensar y planear en el desarrollo de las generaciones futuras pareciera lo menos importante para el gobierno federal. O es la incompetencia para emprender las acciones de gobierno, o la explicación es que el gabinete presidencial no sabe definir objetivos bien diferenciados y estrategias que den resultados visibles. 

Y, desde el poder, por su esencia y los resortes que maneja, siempre hay mayor margen de maniobra y acaparamiento mediático para impulsar las políticas públicas o para disminuir a la oposición. Pero de ahí a chuparse los dedos hay un largo trecho y una gran diferencia. Ni los trenes mayas, voladores o cruceros de cuarta pueden ser motivo de festejo, mucho menos de progreso.

Y es que la política de la 4T (imposible definir qué es) es tan obtusa que ni siquiera se toma la molestia de disimular sus costuras. La manifiesta incapacidad del gobierno actual para afrontar los ingentes desafíos del tiempo presente –déficit, deuda, pobreza, pensiones, mercado de trabajo, reformas urgentes en el diseño institucional- le lleva a mirar hacia atrás, para intentar ahora, ganar la guerra que perdieron sus antepasados.

Y las historias seguirán escribiéndose. La historia es la que es, eso no se puede cambiar. Cada uno con sus interpretaciones y creyendo lo que conviene olvidar o recordar. Tampoco hay nada nuevo bajo el sol. Quedan más de tres años apasionantes y probablemente revueltos en que la historia contará sus historias. Dadas las características de nuestra novela reciente, en ese uso maniqueo de los acontecimientos pretéritos, la izquierda tiene mucho que ganar y la derecha mucho que perder, sobre todo mientras no se sacuda el estigma de que todo conservador es, cuanto menos, hijo putativo de un pasado prianista.

Y estas siete realidades en México es todo lo que hay mientras la pandemia acumula muertos.

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