Jesús Lezama

El tiempo se le está viniendo encima a Pepe Yunes, si es que en verdad quiere ser el candidato más competitivo rumbo a la gubernatura de Veracruz. El invierno de enero no se sentirá por el calor político que inicia el día 2 del 2024 con las precampañas políticas, en las que la morenista Rocío Nahle, y el casi amarrado emecista Sergio Gil Rullán, serán los otros interesados para suceder al impresentable Cuitláhuac García.

Las encuestas publicitadas hasta ahora reflejan que Rocío Nahle iniciará con una clara ventaja en las preferencias que con mucho nerviosismo espera el morenismo nacional. Pero debe considerarse que las encuestas son simples estrategias políticas, que, por lo mismo, y por ser casi siempre direccionadas, han dejado de ser precisas y no deberían de utilizarse como un termómetro válido para pretender augurar resultados electorales. 

Los políticos de todos los colores las han pervertido de manera creciente, al grado de que ellos mismos son los primeros en no confiarse de ellas. Saben que son una herramienta de manipulación -cada día menor, por fortuna- y sólo sirven para desmotivar la participación ciudadana de los electores con poca información. 

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Así que, si creemos que vamos a elegir a nuestros gobernantes para cambiar la realidad, quizá nos equivocamos. En muchas ocasiones son sólo ellos los que cambian, porque a esos calculadores y comerciantes de la política nunca les ha interesado lo que se conoce como el bien común. 

La transformación de los políticos debida a los halagos de su círculo íntimo es y será una enfermedad o metástasis difícil de librarse y, por lo tanto, de curarse. Y ese es el verdadero y más serio problema para aquellos cercanos al líder, que suelen actuar de buena fe o movidos por el idealismo o el patriotismo.

En el caso del Frente Amplio, para José Yunes Zorrilla los halagos y manifestaciones que le brindan desde la comodidad de las redes sociales, detrás de una computadora o en chats de ‘fieles’ simpatizantes, no garantiza, en lo más mínimo, que el peroteño pueda alcanzar el máximo peldaño de poder en Veracruz.

Hace poco se comentó: ‘Pepe tiene muchos aduladores, pero no tiene operadores’. Sobra la razón de esa expresión. En cómodas reuniones de café, desayunos, comidas o eventos a modo, no se definirá una votación. Las elecciones se ganan caminando entre las gentes, escuchando, atendiendo sus necesidades, y, sobre todo, haciendo compromisos que se puedan cumplir, llenando de esperanza a una sociedad agraviada por un gobierno morenista que ha abusado de la falta de capacidad, de la mentira, la irresponsabilidad y la corrupción.

Las descalificaciones mediáticas sobre el origen de Rocío Nahle simplemente rebelan un exhibicionismo torpe que ciega propuestas viables que atraigan a los veracruzanos. El orgullo de ser veracruzano debería mostrarse con el carácter e ímpetu de aquellos hombres que en tiempos previos mostraron tamaños de estadista, y que dieron lustre político a Veracruz. 

La elección no está definida, como lamentablemente tampoco parece estarlo Pepe Yunes, al no mostrar música que mueva a la gente, ni juego nuevo en el equipo que le acompañará en esta última batalla política para lograr convertirse en gobernador. Ya se había advertido en este espacio: Pepe debe cuidarse de Pepe.

¿O acaso lo tiene atrapado un pequeño grupo que propone una acústica de capilla pobre o proveniente de pequeñas cuevas?  Si fuese así, bailará en el escenario más antiguo, aquel que evoca a la edad de las cavernas o al nefasto síndrome de Sísifo.

Las posibilidades de triunfo y simpatías hacia José Yunes son reales. Pero Pepe tendrá que demostrar que no quiere ser recordado en la historia de Veracruz -por segunda ocasión- como el hombre que pudo ser el mejor gobernador de Veracruz, pero que él mismo se saboteó.

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