“Mira, esto es muy sencillo, tienes que elegir entre el Ministerio y la vida”. Así le respondió Gabriel García Márquez a Jaime Abello, el presidente de la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) fundada por el Nobel, cuando éste le pidió que le guardara el puesto mientras ejercía el cargo de ministro que le había sido ofrecido por el vicepresidente de Colombia, Gustavo Bell, en 1998. La “vida” era, evidentemente, la FNPI, y su tarea de promoción y defensa de las buenas prácticas en el periodismo. Dejar el periodismo era renunciar a la vida.
Abello recuerda por teléfono esa anécdota, que resume la gran faceta de la obra de García Márquez que quedó eclipsada debido a su éxito como novelista: el periodismo. Para el presidente de la FNPI, son dos caras del mismo autor, porque el periodismo y la literatura se entrelazan en García Márquez o, como le llaman todavía sus amigos, Gabo. “Era un hombre esencialmente pragmático que entendía que pacto del periodismo y la literatura son diferentes, hasta el punto de que el periodismo es parte la literatura”, subraya Abello, que recuerda que García Márquez fue periodista -a tiempo completo o parcial- durante cinco décadas: de 1948 a 1999.
Eso significa casi toda la vida adulta del escritor. Gabo “hizo de todo: fue reportero, comentarista, corresponsal, periodista de agencia de noticias, jefe de redacción…”, recuerda el presidente de la FNPI. Tuvo hasta un programa de noticias en televisión, e incluso compró y dirigió la revista Cambio.
Y, a lo largo de esos 51 años, hay una evolución clara. El reporterismo clásico de la primera década de trabajo de García Márquez, que se basaba en escribir noticias, fue cargándose de ideología, hasta llegar a lo que Abello califica como “periodismo indignado”. Y, desde ese punto, a finales de la década de los setenta, fue bajando en intensidad ideológica.
En sus últimas décadas de vida, a García Márquez le preocupaban “los principios del periodismo”, subraya Abello, que recuerda una de las frases del Nobel: “La primera función del periodismo es la verdad porque vivimos en un mundo lleno de mentiras”. Es una de las citas épicas de Gabo sobre el periodismo, que darían para un volumen independiente. Otra que le gusta repetir a Juan Carlos Iragorri, periodista colombiano que trabajó en Cambio, es la que le dijo al también reportero Mauricio Vargas: un periodista “tiene que tener todos los días la escopeta cargada con el gatillo montado para matar lugares comunes”.
Esa es una de las ideas que subyace a la antología de las obras periodísticas de García Márquez El escándalo del siglo (Penguin Random House en España y Knopf en EEUU, donde está prevista la publicación en mayo), cuyo prólogo ha escrito el periodista estadounidense Jon Lee Anderson, que estuvo con García Márquez y su entorno más cercano durante 7 meses en 1998 para escribir el artículo The Power of García Márquez (El Poder de García Márquez) para el semanario The New Yorker. A raíz de ese reportaje, sucedió algo inusual entre Anderson y los protagonistas de sus reportajes: los dos se hicieron amigos.
PREGUNTA: El García Márquez autor de ficción y el García Márquez periodista ¿se mezclan? ¿O son dos entidades separadas?
RESPUESTA: El era, sobre todo, un cuentista. Y eso se refleja en algunas de sus columnas, sobre todo en sus primeros años, en los que su obra periodística es muy entretenida.
P.¿Inventaba? ¿Exageraba?
R.La verdad, yo no veo por qué hay que entrar a juzgarlo de una manera, digamos, calvinista. ¿Siguió todos los pasos del manual con la historia del libro que más me gusta, “El Papa se va de vacaciones”? Pues no lo sé. Pero lo que sí sé es que es una historia divertidísima. Gabo quería mantener al lector entretenido. Para ello, recurrió al tabloidismo para llamar la atención, usó titulares que resonaban mucho y prometían escándalo e interés, y supo manejar muy bien los tiempos.
P ¿Es esa una constante? Porque la carrera de García Márquez pasa por muchas etapas.
R.Eso se refleja en El escándalo del siglo, porque el libro refleja el esfuerzo de Gabo, primero, por entretener y adornar la realidad con un fin narrativo. Después pasa a un periodo de compromiso ideológicamente. Y, al final, muestra un Gabo que dejó atrás la militancia, y que vuelve a tratar de escribir buen periodismo, en su propio estilo, pero más en línea con el periodismo costumbrista establecido, con perfiles de Shakira o de Hugo Chávez. Y, precisamente, de ese esfuerzo sale la FNPI, que es su gran legado periodístico, un reconocimiento de la importancia que él daba a una profesión en la que García Márquez no se consideraba uno de los mejores, y que, además, en su juventud acaso no pudo ejercer todo lo bien que le hubiera gustado. Nos dejó una obra duradera, su propio canon, tanto en la ficción como en la no-ficción.
P. ¿No se consideraba un gran periodista?
R.Yo creo que él se consideraba un no muy buen periodista, y admiraba mucho a quienes pensaba que sí lo eran, como Guillermo Cano, Tomás Eloy Martínez, o Alma Guillermoprieto, por citar algunos. Era gente que él reflexionaba que hacía su profesión bien y sin alardear. Porque, para García Márquez, el periodismo no era un género subalterno.
P. Hoy se supone que el periodismo tiene que ser lo contrario de la prosa de García Márquez: estricto, seco, preciso, y muy económico en el lenguaje. Nada de textos llenos de adjetivos. Uno de los exponentes de esa tendencia es, precisamente, el ‘New Yorker’.
R.La prosa de García Márquez estaba dotada – hoy dirían que pecaba – de un “liricismo” que en realidad era bastante común en el lenguaje oral y se ha ido perdiendo. Se daba en España, pero hace 50 o 60 años, y hoy ha desaparecido, igual que en el mundo anglosajón. Solo sobrevive en sitios como Chile o Nicaragua y, en otros ámbitos culturales, Irán.
P. Has hablado de los años de militancia de García Márquez, cuando apoyó a regímenes como el castrismo. ¿Por qué lo hizo?
R.Yo le traté bastante, pero tengo que reconocer sus contradicciones en ese ámbito. A Gabo le fascinaba el poder.
P. ¿Cuáles eran esas contradicciones?
R.Era capaz de ser crítico con Fidel Castro, pero mantenía esas discrepancias en la esfera privada, y a mí me dijo que había salvado a gente represaliada en Cuba, intercediendo por ellos directamente ante Castro. Yo tuve que poner en la balanza si creerle o no. Y al final opté por creerle. Para mí, Gabriel García Márquez es como Churchill.
P. Parece una comparación bastante inexplicable.
R.Churchill siempre ha sido reivindicado por la derecha, donde yo no estoy, pero es una figura por la que, a pesar las contradicciones y aristas que no me gustan en su perfil, es imposible no sentir respeto y admiración.
P. Hablando de política y dejando de lado a García Márquez: tu ferocidad en Twitter es bien conocida.
R.Reconozco que a veces me excedo, porque estar en Twitter es como tener una pistola en el bolsillo. Pero, si aplicamos el precepto bíblico de que “quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra”, ¿quién va a tirarme la primera piedra? Si a veces me he vuelto agresivo es porque me han atacado injustamente. Nunca pensé que hubiera gente que me odiara tanto.