Alegre, ocurrente y llena de vida, Xóchitl Nayely Irineo Gómez bailaba en el centro nocturno “El Caballo Blanco” para pagar sus carrera como abogada, mantener a sus dos hijos y ayudar a su familia para salir adelante.

Sin embargo, el destino no le favoreció y a pesar de sus sueños y su carismática forma de ser, Xóchitl perdió la vida asfixiada por el humo del incendio que provocaron delincuentes la noche del pasado martes, junto con otras 29 víctimas mortales hasta el momento como resultado de esta masacre.

Su padre, don Abraham Irineo, hoy vive el dolor de haber perdido a su “niña”, que así le seguía diciendo a pesar de sus 24 años y así la despidió ayer cuando depositaron sus restos en el Panteón Municipal Antiguo.

Con la mirada nublada por el llanto, y con un semblante sereno pero lleno de dolor, don Abraham nos comparte que su amada hija ha dejado a un niño de siete años y una niña de tres, a quienes ahora buscará sacar adelante.

Aunque agradece con cariño el apoyo recibido tanto por familiares como conocidos, a don Abraham no deja de inquietarle cómo habrá de sacar adelante a los pequeños de su niña, pues su salud ya no es buena y por lo mismo desde la semana pasada había dejado de trabajar.

“Me empecé a sentir mal la semana pasada, sentía un dolor en el pecho y me faltaban las fuerzas. Pensé que me estaba muriendo y sentía que algo iba a pasar, por lo que ya no salí a trabajar”, comentó el hasta la semana pasada taxista, quien agregó que la unidad que manejaba estaba en el taller por mantenimiento.

Recordó melancólicamente como su hija, al verlo cansado y desgastado, le pidió que no se preocupara, que todo estaría bien y que saldrían adelante, luego de lo cual “se despidió y desde lejos me dijo, adiós papito, nos vemos mañana”, antes de partir por ultima vez a “El Caballo Blanco”.

“Y esa fue la última vez que la vi con vida”, agrega llorando con la voz apagada y los años encima. Luego, vino el aviso de la tragedia a las 11:30 de la noche y después toda una peregrinación para reconocer y rescatar el cuerpo del panteón de Cosoleacaque.

Don Abraham recuerda a su hija como “una joven muy alegre, llena de vida, que iniciaba cada mañana con un beso y un saludo cariñoso a sus padres”.

Al fondo de la humilde casa, compuesta apenas por dos construcciones, una de dos habitaciones de cuatro metros por ocho y otra de dos por dos y que conforma el baño, una cruz de cal y flores marca el lugar donde por algunas horas fue colocado el ataúd para velar a su hija.

Los pequeños juegan con primos y amigos, un tanto favorecidos por la inocencia de la infancia que de alguna manera los hace hasta cierto grado ajenos a la tragedia mientras tengan oportunidad de jugar. Aun así, el menor de siete años no puede ocultar ocasionalmente un rostro de tristeza que procura no mostrar, y ríe de momento mientras patea un balón de futbol.

Xóchitl, al igual que muchos habitantes del sur de Coatzacoalcos, vivía en condiciones de pobreza, pero eso no era obstáculo para buscar salir adelante. Por ello su decisión de estudiar Leyes y llegar a ser una gran abogada y sacar adelante a sus hijos, refiere Abraham Irineo.

Pero el destino, como a muchos de los que viven en su condición económica no favorable, les ha pegado en donde más les dolía, en el ser más querido de la familia. Pero “no te preocupes mi niña, ahora yo veré por tus hijos”, comenta don Abraham durante sus últimas palabras antes de echar la primera palada de tierra.

El dolor era tanto que al menos en dos ocasiones la madre de Xóchitl se desvaneció, perdiendo el conocimiento ante todos y poniendo en alerta a familiares y asistentes cuando insistentemente su familia le decía “Respira, respira!”, al ver que ya no mostraba signos de querer seguir viviendo.

Es así que, al igual que en el caso de Xóchitl, hoy muchas familias en Coatzacoalcos continúan enterrando a su familiares, en espera de ver la manera en que la vida continúe “sin un pedazo de su corazón”.

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