Juana Elizabeth Castro López
Hay muchas maneras de enmascarar los sentimientos y existen mil formas de simular lo contrario de lo que se piensa, siempre y cuando la persona se enfrente a situaciones controladas. Pero, ¿qué pasa cuando abruptamente es sorprendida? Sucede que, entonces sí reacciona auténticamente y queda al descubierto lo que verdaderamente hay en su corazón. Por esto, entre otras razones, las Sagradas Escrituras cristianas afirman: “El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca lo malo; porque de la abundancia del corazón habla la boca” (Lucas). Lo que hay en el corazón de la persona no sólo la define a ella sino también, su entorno y la forma en que vive su vida. Por esto es relevante saber cómo limpiar el corazón y mantenerlo límpido.
La importancia de mantener limpio el corazón. Cuando sus adversarios le preguntaron a Jesucristo por qué sus discípulos comían sin lavarse las manos, él, ante la hipocresía y disimulada mala intención de ellos, les dijo que mantener aseado el corazón es más importante que lavarse las manos. Porque todo lo de fuera que entra en el hombre, no le puede contaminar, ya que no entra en su corazón, sino en el vientre, y sale a la letrina. Ojalá sus adversarios hubieran comprendido, para salud de ellos mismos. Pero, ni aún los discípulos de Jesús entendieron; por eso le preguntaron a Jesús qué había querido decir. Entonces, él les explicó: “Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre” (Marcos). Es necesario aclarar que, aquí, Jesús se refiere al corazón como el asiento del espíritu y no al músculo cardiaco. Lo que hay en el corazón de una persona, tarde o temprano, terminará por revelarse a través de lo que piensa, dice y actúa.
De la misma manera que un manzano no puede dar peras, un corazón amargado no puede proporcionar dulzura. Muchos entienden esto de manera intelectual y desarrollan ejercicios de autoayuda. Algunos de estos entrenamientos logran llevar a la persona a la determinación de cambiar, por ejemplo, de limpiar su corazón y mantenerlo en armonía. Hay quienes logran conservar el paso por un buen tiempo, pero finalmente claudican. Porque, la voluntad de la persona siempre estará sujeta a su debilidad ante las apetencias de su carne.
¿Cómo limpiar el corazón? Jesucristo señaló que todos los que se alejan de la voluntad de Dios son los que están propensos a llenar su corazón de impurezas. Él lo dijo de esta manera: “Este pueblo de labios me honra, mas su corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas mandamientos de hombres. Porque dejando el mandamiento de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres…” (Marcos). En otras palabras, se da más importancia a los mandamientos de los hombres que a los mandamientos de Dios, es decir, se atiende a la voluntad de los hombres por encima de la voluntad de Dios. Por lo tanto, Jesús deja ver que la única manera de limpiar el corazón es atendiendo a la voluntad de Dios expresada a través de su Palabra, revelada en las Sagradas Escrituras.
Por el contrario, la desobediencia a la voluntad de Dios conduce al desaseo del corazón del hombre al ensuciarlo con toda clase de impurezas. Por esto Jesús, después de hacer una lista de estas corrupciones, dice: “Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre” (Marcos). No es un exceso martillear que la única forma de limpiar el corazón y el antídoto contra la corrupción del mismo es, sin duda, la obediencia a la voluntad de Dios.
Obedecer la voluntad de Dios no es fácil. Y, menos cuando implica un sacrificio personal de humildad y renuncia voluntaria a los propios deseos, afectos o intereses en beneficio de otras personas. De ahí que el más grande ejemplo de obediencia es Jesucristo “…el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Filipenses). La obediencia a la voluntad de Dios siempre trae galardón.
De la abundancia del corazón habla la boca. Una ilustración puede ayudar a la conclusión de este tema y llevar el corazón a la reflexión que sólo el Espíritu de Dios puede alumbrar y fortalecer, esta es la siguiente: el corazón de una persona es como un recipiente que se puede llenar de cosas hermosas como palabras y pensamientos amables, obras de amor al prójimo, paciencia, tolerancia, benignidad, bondad, mansedumbre, dominio propio, humildad, obediencia, santidad y pureza. Es decir, todo lo que proviene del amor de Dios y nos lleva al amor de Dios; cuya voluntad es que sus hijos nunca resbalen ni tropiecen. Lo contrario sería llenar el depósito del corazón con desobediencia, o sea, rebelión contra Dios y odio al prójimo; que generan cosas que corrompen el corazón del hombre y envenenan sus pensamientos y hechos, llevándolo a la amargura, la vaciedad y el despropósito.
La elección depende de la orientación del libre albedrío, pues, a cada quien le toca elegir. Así que, el recipiente puede estar lleno de amor a Dios y al prójimo o bien lleno de rebelión contra Dios y odio al prójimo. Ante cualquier evento inesperado en que el corazón sea sacudido, este se desbordará de amor o de odios, según de lo que se haya elegido llenarlo. Dios, en su bondad, orienta esta elección diciendo: “…os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia…” (Deuteronomio).
Se escoge vida y bendición cuando se elige sujetarse a la tutoría de la voluntad de Dios. Obedecer la voluntad de Dios limpia el corazón como si se tratara de un vaso sucio, quitando las impurezas y llenándolo de bendiciones. Convirtiéndolo en una fuente, que al derramar bendiciones a su alrededor transforma el ambiente al aterrizar el reino de Dios. Por lo que, finalmente, un corazón limpio cumple la sublime oración de Jesús, quien exhibió una obediencia ejemplar: “venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo” (Mateo).