Por Héctor González Aguilar

Los buenos lectores establecen vínculos muy cercanos, y permanentes, con sus libros; no solamente los leen sino que conversan con ellos, escriben sobre sus márgenes o subrayan las líneas que resultan de su particular interés; los que no acostumbran esto -para no contaminar una segunda lectura con lo que se entendió en la primera-, plasman sus respectivas reflexiones en libretas que atesoran con celo.

Un buen lector hace referencia a sus libros con orgullo, como cuando uno exalta las virtudes de los hijos propios. También suelen buscar al autor, asisten a sus presentaciones personales y si no establecen amistad con él, se conforman con obtener una firma y una dedicatoria, lo cual incrementa el valor sentimental de cualquier ejemplar.

Los buenos escritores son aún mejores lectores, citemos como ejemplo a Augusto Monterroso. La investigadora An Van Hecke, conocedora profunda de la obra de nuestro escritor guatemalteco, tuvo la oportunidad de revisar la que fue su biblioteca, hoy parte del acervo de la Universidad de Oviedo. Gracias a Van Hecke, los que nunca estuvimos en la biblioteca de Monterroso podemos saber la manera en que él establecía su relación con la literatura.

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En los libros, el maestro escribía notas al margen y subrayaba líneas, también tenía la costumbre de señalar los errores tipográficos. Le gustaba cambiar el orden en los índices, como si su lectura no fuera de acuerdo a lo predispuesto por el autor. Una cosa más: disfrutaba al encontrar referencias intertextuales entre un autor y otro, mismas que anotaba con exactitud.

La investigadora también encontró una dedicatoria, por demás inusual, en un ejemplar de Don Quijote de la Mancha, ésta dice así:

“Para Augusto con un abrazo de Miguel”

Y debajo viene la rúbrica que la investigadora identifica con la que Cervantes acostumbraba firmar sus documentos.

De entrada, deberíamos descartar que Augusto Monterroso hubiera viajado al pasado portando un ejemplar de Don Quijote impreso en el siglo XX, o que Cervantes se haya hecho de cuerpo presente en la residencia del primero. Lo más probable es que Monterroso no haya tenido empacho en firmar a nombre de Cervantes. Un hecho curioso, que no se le recrimina, pues sostenía un contacto frecuente con el ingenioso hidalgo y con el sabio, aunque ingenuo, señor Panza.

Ha de asumirse que Monterroso, con la confianza de todo buen lector, dio por descontado el consentimiento de su admirado colega del siglo XVI.

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