Lo que debía ser una sesión ordinaria en el Senado terminó convertida en un espectáculo emocional: Miguel Ángel Yunes Márquez, con la voz rota y al borde del llanto, decidió desahogar años de agravios imaginarios y reales, acusando al PAN -el partido que lo encumbró- de haberlo “linchado” por pensar distinto.

“Durante mucho tiempo he guardado silencio”, dijo, como si su silencio hubiera sido opción y no consecuencia del propio desgaste político que carga. Aseguró que todo inició porque “coincidió” con la presidenta Claudia Sheinbaum. El expanista trazó así el relato de su martirio: un héroe incomprendido, traicionado por quienes consideraba amigos.

Su intervención, fuera de contexto y cargada de dramatismo, fue un ajuste de cuentas disfrazado de discurso parlamentario. Yunes Márquez afirmó que volvería a votar igual en la reforma judicial, pues -según él- el PAN lo sedujo con la promesa de convertirlo en héroe para después sacrificarlo. El guion del victimismo no pudo ser más evidente.

Luego arremetió sin pudor: “Los miserables que patrocinaron la campaña en contra nuestra han quedado reducidos a nada”, acusó, dejando claro que lo suyo ya no es una disputa política, sino una vendetta abierta. Señaló que quisieron obligarlo a votar para cumplir compromisos ajenos y mantener el control del Poder Judicial.

Pero el momento más picante vino después. Yunes Márquez se adjudicó, en nombre de su familia, la resurrección del panismo veracruzano. “Los Yunes dieron vida al PAN en Veracruz”, proclamó, y remató diciendo que el partido estaba integrado por “mediocres” antes de que ellos llegaran. Los votos, los cargos, el ascenso político: todo -según su visión- se lo deben a los Yunes.

Incluso lanzó una acusación que revela más de su estilo que de sus adversarios: afirmó que durante años generaron puestos y recursos para quienes hoy lo “linchan”, incluyendo a sus “amigas, novias y familiares”. Una forma burda de exhibir a otros, tratando de salvarse a sí mismo.

El discurso dejó ver a un Yunes Márquez aislado, resentido y urgido de reivindicación pública. Más que una defensa política, fue un reclamo desde el ego herido: el intento de reconstruir su figura desde las ruinas del panismo al que él mismo decidió dinamitar. En resumen, una escena donde las lágrimas importaron más que los argumentos, y el rencor más que la coherencia.

Publicidad