La mañana de este sábado, las redes sociales tuvieron su habitual ración de entretenimiento político. Un video breve -de esos que no explican nada, pero lo dicen todo- mostró al legislador veracruzano del PRI, Héctor Yunes Landa, protagonizando un intercambio con el comunicador Rodrigo Crosa que terminó convertido en un espectáculo digno de horario estelar.

El material, como suele ocurrir con estos clips virales, carece de contexto. No sabemos cómo inició la conversación, pero sí cómo terminó: mal, muy mal, y con mesa incluida. En el video, Yunes Landa afirma, con serenidad inicial, que “él me invitó, se quería disculpar”. Crosa intenta preguntar -ese hábito incómodo del periodismo- y ahí comienza el problema. “Déjame contestar”, insiste el legislador, primero con cortesía fingida y después con una vehemencia que no admite micrófonos ajenos.

El comunicador apela al respeto, ese concepto que suele invocarse justo cuando se ha perdido. Yunes, en cambio, deja claras las reglas del juego: él contesta lo que quiere, no lo que le preguntan. Faltaba más. El clímax llega cuando, visiblemente fuera de sí, lanza la frase que ya circula en todas partes: “¿Te sientes López-Dóriga?”, seguida de una colorida despedida -“¡Vamos a la chingada, vamos al carajo!”- y el infaltable manotazo sobre la mesa, recurso escénico eficaz para dar por terminado cualquier diálogo.

Hasta aquí, el episodio podría clasificarse como una anécdota más del folclor político nacional, ese donde los egos suelen hablar más fuerte que las ideas. Sin embargo, el momento en que ocurre obliga a mirar un poco más allá de las actitudes de un bebé gruñón. Mientras el video se reproduce una y otra vez en redes sociales, hay otros temas que, convenientemente, comienzan a desdibujarse de la conversación pública.

En Veracruz, el periodista de Coatzacoalcos, Lafita León, enfrenta una acusación de “terrorismo” por haber difundido un accidente automovilístico. Un detalle que no es menor. El caso ha provocado un fuerte golpeteo mediático contra la gobernadora Rocío Nahle, tanto a nivel nacional como internacional. Nada cómodo, por decir lo menos.

Y es justo en ese contexto cuando aparece el numerito de Héctor Yunes. ¿Casualidad? Tal vez. ¿Oportuno? Sin duda. Porque pocas cosas distraen mejor que un político perdiendo la compostura frente a una cámara. La pregunta relevante no es si el arrebato fue auténtico o exagerado, sino a quién beneficia el ruido.

La política mexicana conoce bien este mecanismo. Se le llama “caja china”: mucho escándalo, mucha indignación en redes y, de fondo, un silencio conveniente sobre asuntos más delicados. Mientras todos discuten el manotazo, pocos reflexionan sobre los graves problemas que hay en Veracruz. Y así, entre gritos, frases altisonantes y mesas golpeadas, la atención pública vuelve a hacer exactamente lo que siempre hace: mirar hacia donde le indican.

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