Víctor Soto y Carlos M. Welsh

Una mañana mientras conducía a casa escuché en la radio del coche que la Organización de las Naciones Unidas (ONU) daba por finalizado el episodio de calentamiento global y daba por comenzada la era de la ebullición global. Quizá por mi inquietud científica, particularmente en temas de climatología, no perdí detalle de aquella noticia, y una vez en que pude llegar a mi sillón me dediqué a indagar en Facebook, YouTube y medios noticiosos. Pensé muchas cosas; debo admitir que incluso imaginé catástrofes, tal vez motivado por las palabras “ebullición global”.

Cada vez que enciendes el televisor, la radio, o ingresas a tus redes sociales, son comunes las notas relacionadas acerca del calentamiento global; es común encontrar noticias sobre la extinción de especies, la escasez de agua, las condiciones climatológicas extremas, y la desaparición del hielo de los polos y de las montañas, entre otras consecuencias. No sé tú, pero yo cada tanto me pregunto cómo los seres humanos llegamos a ser culpables de esto, y sobre todo, si podemos revertirlo.

A finales del siglo XVIII, en el auge de la Revolución Industrial, los procesos productivos y económicos del mundo se vieron acelerados y trajeron una época de grandes beneficios para la economía de muchas regiones del mundo; incluso en la actualidad, algunos expertos señalan que ese periodo histórico continúa evolucionando desde entonces. Sin embargo, a partir de aquel momento también se vio modificado el clima natural de nuestro planeta. Los impactos de la variación del clima han sido diversos y de distinta magnitud. Muchas especies animales y vegetales se han visto severamente afectadas e incluso varias de ellas están extintas ya; asimismo, se han deteriorado recursos tan vitales para la vida, como el agua.

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Un ciclo de altas y bajas

Tal como ocurre en una obra de teatro, cuando los actores cambian de vestuario y de escenografía entre una escena y otra, a lo largo de los 4600 millones de años de vida de nuestro planeta se han experimentado distintos fenómenos naturales que han cambiado enormemente su contexto. Muchos de estos se han repetido de manera regular y seguramente continuarán haciéndolo. Son tres los principales eventos astronómicos que han determinado la cantidad de energía solar recibida en la superficie terrestre, y por lo tanto, han influido en las condiciones del clima (seguramente con esto recordarás al astrónomo Johannes Keppler y sus leyes sobre la órbita de los planetas alrededor del Sol; la más conocida de ellas habla de cómo cada cierto tiempo los planetas se acercan y se alejan del Sol).

De manera sintetizada, la primera de esas tres manifestaciones planetarias tiene que ver con los cambios en la excentricidad de la órbita terrestre alrededor del Sol; en otras palabras, es la variación de la distancia que separa a nuestro planeta con respecto al Sol. La segunda es el cambio del ángulo del eje de rotación del planeta, y la tercera está estrechamente asociada con la anterior: se trata de la variación de la amplitud del ángulo de rotación de la Tierra con respecto a su eje. Estos tres fenómenos y sus consecuencias climáticas han ocasionado distintos periodos de enfriamiento y calentamiento de la superficie terrestre, de manera repetitiva y un tanto regular en cuanto a la duración de cada episodio, a lo largo de los 4600 millones de años de historia de nuestro planeta.

En términos generales, cada episodio, tanto de enfriamiento como de calentamiento, ha tenido una duración de decenas de miles de años. Para ser un poco más precisos [2], en los últimos 800,000 años, en promedio, las fases de enfriamiento de la Tierra tuvieron una duración de 100,000 años, mientras que en las de calentamiento fueron de ~12,000 años. Los efectos ocasionados por el enfriamiento y el calentamiento a lo largo de estos periodos son lo que se conoce como cambio climático, es decir, se trata de un proceso natural, repetitivo y continuo. Las principales consecuencias de estos episodios de cambio han sido los periodos de avance y retroceso de los glaciares en todo el mundo, tanto de aquellos de las regiones polares, como de las montañas, lo cual ha ocurrido también varias veces.

Ahora bien, si consideramos que el último episodio de enfriamiento y de avance glaciar terminó hace unos 12,000 años (según los investigadores Soto y Welsh [3]), y que desde entonces hemos estado en una fase de aumento constante de la temperatura, resulta necesario suponer que en nuestros días deberíamos encontrarnos en la etapa final de calentamiento terrestre, para iniciar otra vez una nueva etapa de enfriamiento. Sin embargo, lamento decirte que este episodio difícilmente llegará, ya que como consecuencia del consumo de combustibles fósiles (productos derivados del petróleo, principalmente), se han generado grandes volúmenes de gases de efecto invernadero, que atrapan cada vez más la energía proveniente del Sol, ocasionando un constante incremento anormal de la temperatura del planeta.

El calor almacenado en la atmósfera ha venido a intensificar el aumento natural de la temperatura terrestre que se había estado presentando de manera natural durante los últimos 12,000 años, y que en décadas recientes ha alcanzado valores que continuamente rompen récords de temperaturas máximas, alterando la evolución natural del cambio climático terrestre.

¿Despedir a los glaciares?

A pesar de encontrarse dentro de la región más cálida del planeta, México posee paisajes de hielo y nieve permanentes. Debido a la altitud de su relieve, el país cuenta con diez montañas por arriba de los 4000 metros sobre el nivel del mar (msnm); de éstas, tres cumbres superan los 5000 msnm. Son justo por estas características de elevación que todas en algún momento han tenido glaciares, al menos durante el clímax de la más reciente etapa de glaciación (Último Máximo Glaciar), hace unos 40,000 años. Existen evidencias claras [2] sobre la presencia de glaciares en las cimas y laderas de la mayoría de estas montañas, cuyos cuerpos de hielo fueron retrocediendo y extinguiéndose como respuesta al aumento natural de la temperatura; es decir, por el cambio climático.

Esto último ha determinado que hoy en día sólo las montañas más altas del país conserven sus glaciares. Incluso hasta el año 2000 las tres mayores montañas mexicanas contaban con glaciares en sus cimas, ya que la fase eruptiva del volcán Popocatépetl (5500 msnm), iniciada en 1994, terminó por extinguir su glaciar seis años después. Por su parte, el Iztaccíhuatl (5220 msnm) hoy en día sólo cuenta con fragmentos de hielo de lo que alguna vez fueron glaciares. Debido a que la temperatura del aire en su entorno fluctúa alrededor del punto de fusión del hielo (0°C), estos restos cada vez reducen más su extensión y es posible que hasta lleguen a desaparecer en pocos años. Por otro lado, el Citlaltépetl o Pico de Orizaba (5610 msnm) aún cuenta con lo que ha sido considerado como el mayor glaciar del país; sin embargo, existen evidencias que hacen suponer que en la actualidad este cuerpo de hielo ya no sea propiamente un glaciar, sino que se trata de remanentes de hielo, un tanto semejantes a los que existen en la cima del Iztaccíhuatl, aunque con mayor extensión.

Radiografía de un glaciar de montaña

Es importante saber que cuando las condiciones de elevación de una montaña ocasionan que la temperatura del aire a su alrededor sea menor a 0°C, estamos hablando de condiciones de congelamiento (tal como ocurre con el congelador del refrigerador); por lo que, si ocurre precipitación, esta será en forma de cristales de nieve. La nieve fresca está compuesta de cristales muy frágiles y sensibles al calor; sin embargo, si las condiciones de temperatura permanecen por debajo del punto de congelamiento, la nieve depositada perdurará con el tiempo, hasta que ocurra una nueva nevada y se acumule con la capa de nieve anterior (exactamente como sucede cuando guardamos en el congelador nuestra nieve de limón para comérnosla más tarde). 

Si la acumulación de nieve se presenta a lo largo de decenas o cientos de años, las primeras capas de nieve se irán compactando por el peso de las capas superiores, dando origen al hielo sólido. La continua acumulación de nieve y su transformación en hielo ocasionarán que el excedente de hielo acumulado en esa zona comience a desbordarse, extendiéndose a lo largo de las laderas y los valles de las montañas. El límite de extensión del hielo se alcanzará hasta que la temperatura del aire en su entorno sea igual o mayor a 0°C, lo que ocasionará que el hielo no pueda avanzar más debido a su fusión. Esta parte final se le conoce como límite inferior de los glaciares o frente glaciar.

Ya hemos hablado de la zona de captación de hielo que se ubica en la parte alta del glaciar; esta parte es conocida como “zona de acumulación”; una vez que el hielo comienza a fluir pendiente abajo, se comienza a formar lo que se conoce como “zona de ablación”, que es aquella hacia donde el hielo se desplaza hasta derretirse. El punto que separa ambas zonas, la de acumulación y la de ablación, se le conoce como “línea de equilibrio glaciar”. Por lo tanto, podemos ahora entender que un glaciar es una extensión de hielo con decenas o cientos de metros de espesor que por el excedente de acumulación comienza a fluir hacia la región de ablación. Es justo la existencia de esa dinámica de flujo de hielo la que permite que sea considerado propiamente un glaciar; por esta razón, y debido a que en el Iztaccíhuatl ya no hay evidencia de flujo de hielo, es por lo que sus remanentes no son considerados ya como glaciares.

La evolución de un glaciar a través del tiempo se monitorea mediante lo que se le conoce en el ámbito glaciológico como “balance de masa”. Este balance, en el mejor de los casos debería mantenerse en equilibrio entre las dos zonas del glaciar; es decir, si la cantidad de acumulación es igual a la cantidad de hielo que se derrite, se dice que es un glaciar estable o en equilibrio, tal como ocurre en un negocio, en donde el total de gastos no debe ser mayor al monto de los ingresos. Sin embargo, las condiciones cambiantes del clima ocasionan que no siempre sea así. Por ejemplo, si un glaciar cuenta con mayor acumulación de hielo que el volumen de derretimiento, se dice que está en crecimiento o en extensión. 

Por el contrario, si es mayor el volumen de derretimiento (ablación) que el de acumulación, ocurrirá un retroceso de su superficie. Pero el aumento o retroceso de un glaciar no sólo dependerá de su superficie, sino también de la variación de su espesor, ya que un mayor espesor ocasionará un mayor peso y presión del hielo, forzándolo a fluir pendiente abajo. Por lo tanto, además de la reducción de su superficie, el continuo adelgazamiento de la zona de acumulación es una clara señal de que un glaciar está faltante de alimentación de hielo y se encuentra en un camino hacia su extinción, tal como recientemente lo señaló una investigación llevada a cabo en el Pico de Orizaba [4].

Vida y muerte del hielo

Se ha dicho que la vida de un glaciar depende de la zona de acumulación, de la cual se alimenta con el flujo de hielo a toda su superficie, por lo que la presencia de esta dinámica determinará su estado y permanencia a través del tiempo. Sin embargo, si por cuestiones del aumento continuo de la temperatura del aire, la precipitación no ocurre en forma de cristales de hielo, sino que se presenta de forma líquida, como ocurre comúnmente durante la época de lluvias de tu ciudad, no habrá nieve ni mucho menos acumulación de hielo. Por otro lado, si las nevadas se siguen presentando durante los meses más cálidos del año, tal como ha estado ocurriendo en décadas recientes [5], la nieve se fundirá en pocos días, sin dar oportunidad de acumularse y compactarse como hielo sólido. A su vez, ese incremento de temperatura ocasionará que el frente glaciar retroceda a altitudes cada vez mayores, reduciendo la extensión y espesor del hielo de todo el glaciar.

Si bien el glaciar del Pico de Orizaba, debido a su mayor altitud, había sido el único en el país hasta años recientes, desde 2019 su zona de acumulación ha dejado de existir debido a que en la actualidad en su parte superior ya se observa la base de roca sobre la cual se formó, indicativo indiscutible de la carencia de acumulación de nieve y hielo. Esto hace suponer que no existe un excedente de hielo que pueda ser transportado hacia la zona de ablación, tal como lo señala Soto [4]. Incluso, bajo estas condiciones todo el cuerpo de hielo actual se puede considerar en su totalidad como zona de total fusión, la cual, ante la carencia de alimentación de hielo, está experimentando una reducción aún más acelerada de lo que había venido presentando en décadas previas. Por lo tanto, en el sentido estricto del término, el hielo actual del Pico de Orizaba no puede considerarse más un glaciar, sino que al igual que como ocurre con el caso del Iztaccíhuatl, se trata de remanentes de hielo franca fusión, lo cual es probable que permanezca solo algunos años más [4]. En años próximos nuestros hijos y nietos sabrán que alguna vez existieron glaciares en nuestro país únicamente por los libros y los artículos que hablen del caso.

Pero lo que es todavía más preocupante es que las aguas del derretimiento natural del hielo de esta montaña han sido durante cientos de años la única fuente de agua potable para miles de habitantes de las laderas del volcán. Lo cual seguramente obligará a replantear nuevas estrategias en cuanto al abastecimiento del vital líquido para las comunidades asentadas alrededor de la montaña; al mismo tiempo, nos obliga a reflexionar sobre la manera en la que tú y yo como sociedad, podemos reducir los efectos negativos del cambio climático y del calentamiento global: mejorando nuestros hábitos de consumo y procurando el uso racional de los recursos naturales; sobre todo, evitando el uso irracional del agua, que como hemos visto, para muchas personas es más difícil de obtener. Quizá de esta forma logremos minimizar las severas consecuencias que ocasionan los cambios anómalos del clima.

Referencias

[1] Soto, V. (2023). ¿Es oportuno hablar de “Ebullición Global”? Investigaciones Geográficas, (112).

[2] Soto V, (2019). Estudios periglaciares en el volcán Citlaltépetl: búsqueda de evidencias de permafrost entre los años 2015-2017. (Tesis doctoral). Universidad Nacional Autónoma de México, Coordinación General de Estudios de Posgrado, UNAM.

[3] Soto, V., y Welsh, C. M. (2022). El Neolítico, inicio del calentamiento global de nuestros días. Investigaciones geográficas, (109).

[4] Soto V, (2023). Bedrock outcropping in the accumulation zone of the largest glacier in Mexico (Glaciar Norte of Citlaltépetl), as evidence of a possible accelerated extinction. Journal of Mountain Science, 20(2), 338-354.

[5] Soto, V. H., Yoshikawa, K., and Schörghofer, N. (2020). Climatic variation in the high mountains of central Mexico: Temperature and precipitation indices at Nevado de Toluca volcano. Atmósfera, 33(4), 301–318.

Imagen de los autores.
Publicado originalmente en Vórtice UAEM. Esta reproducción fue autorizada por sus autores.
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