Hipólito Reyes Larios

Arzobispo de Xalapa

Juan el Bautista. En este día, 17 de diciembre de 2017, celebramos el Tercer Domingo de Adviento, Ciclo B, en la liturgia de la Iglesia Católica. El pasaje evangélico de hoy es de San Juan (1, 6-8. 19-28) el cual presenta la figura, el testimonio y la misión de Juan Bautista: “Hubo un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Éste vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino testigo de la luz”. El Catecismo de la Iglesia Católica (717- 720) presenta a Juan como Precursor, Profeta y Bautista: “Juan fue lleno del Espíritu Santo ya desde el seno de su madre en la Visitación de la Virgen María a su prima Isabel, por obra del mismo Cristo que la Virgen María acababa de concebir por obra del Espíritu Santo. Juan fue reconocido por Jesús como ‘Elías que debía venir’. Juan es más que un profeta y termina el ciclo de los profetas, inaugurado por Elías. El fuego de Dios lo habita y lo impulsa como Precursor del Señor que viene. El Espíritu Santo culmina en Juan la obra de presentar al Señor un pueblo bien dispuesto y lo impulsa para dar testimonio de la luz. Con respecto a Juan, el Espíritu colma así las indagaciones de los profetas y la ansiedad de los ángeles: ‘Aquel sobre el que veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza con el espíritu Santo. Y yo lo he visto y doy testimonio de que éste es el Hijo de Dios. He aquí el Cordero de Dios’. En fin, con Juan Bautista, el Espíritu Santo, inaugura, prefigurándolo, lo que realiza con y en Cristo, esto es, volver a dar al hombre semejanza divina. El bautismo de Juan era para el arrepentimiento, el bautismo del agua y del Espíritu será un nuevo nacimiento”.

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El testimonio del Bautista. El Evangelio de San Juan, continúa: “Éste es el testimonio que dio Juan el Bautista, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén a unos sacerdotes y levitas para preguntarle: ¿Quién eres tú? Él reconoció y no negó quién era. Él afirmó: ‘Yo no soy el Mesías’. De nuevo le preguntaron: ‘¿Quién eres, pues? ¿Eres Elías’? Él les respondió: ‘No lo soy’ ¿Eres el profeta? Respondió: ‘No’. Le dijeron: ‘Entonces dinos quién eres, para poder llevar una respuesta a los que nos enviaron. ¿Qué dices de ti mismo’? Juan les contestó: ‘Yo soy la voz que grita en el desierto: ‘enderecen el camino del Señor’, como anunció el profeta Isaías”. Este hermoso testimonio de Juan Bautista se resalta también en el Prefacio de la Misa de su propio nacimiento: “Bautizó con el agua, que habría de quedar santificada, al mismo autor del bautismo, por quien mereció dar el testimonio supremo de su sangre”; y en la oración colecta de la memoria de su martirio: “Dios nuestro, que elegiste a San Juan Bautista para preparar, con su predicación y ejemplo, la venida de Cristo y dar con su muerte testimonio de la verdad y la justicia, concédenos, por su intercesión, anunciar y atestiguar con nuestra vida toda la verdad del Evangelio”.

Testigos de la luz. Los discípulos de Cristo estamos llamados a ser testigos de la luz como Juan Bautista. Esto significa que seamos cristianos capaces de despertar la fe de las demás personas, de contagiar luz y vida, de allanar los caminos para propiciar el encuentro con Jesucristo. Los testigos de la luz debemos manifestar con nuestra vida la necesidad de la oración, de estar muchos ratos a solas con el Señor, de retirarnos al desierto para propiciar el diálogo con Dios y la conciencia de nuestras debilidades y limitaciones. Los testigos de la luz estamos llamados a combatir las tinieblas del error y las sombras el pecado y del mal, a través de la práctica constante de los mandamientos de Dios, de las bienaventuranzas y de las obras de misericordia. Nuestra vida cotidiana se debe caracterizar por el amor y el respeto a la vida humana, por la fe, la esperanza, la caridad, la humildad y la alegría.

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