- Entre muertos que “mueren solos”, seguros que no existen y una aprobación que se hunde “ligeramente” -como ocurrió en Poza Rica y Álamo en octubre-, la gobernadora cierra un 2025 para el olvido. La llamada Dama de Dos Bocas descubrió que Veracruz no se gobierna con “otros datos”.
Xalapa, Ver. – Dicen que la primera mujer en gobernar Veracruz quería hacer historia, y vaya que lo logró. No por la transformación prometida, sino por convertir su primer año de gobierno en un manual práctico de cómo no gestionar una crisis. Rocío Nahle cierra 2025 con una aprobación del 41.7%, una cifra que palidece frente al entusiasmo electoral que según la respaldó y que huele más a despedida anticipada que a consolidación política.
El “infarto” que no fue y la ceguera oficial
El episodio más lúgubre del año no lo marcó el clima, sino la insensibilidad institucional. El caso de la maestra Irma Hernández quedará como una mancha indeleble en esta administración. Mientras la gobernadora despachaba el asunto asegurando que la docente murió de un “infarto” -casi insinuando una muerte natural y pacífica-, la realidad y la propia Fiscalía de Veracruz daban una bofetada de verdad: tortura y agresión.
En el Veracruz de Nahle, el gobierno parece más dispuesto a diagnosticar cardiopatías que a reconocer la barbarie.
“Zopilotes” y mordazas
Fiel al manual de la vieja guardia y al estilo obradorista, Nahle calificó la crítica pública como una “temporada de zopilotes”. Para la gobernadora, quien advierte que el penal de Tuxpan es un polvorín o que las carreteras se han convertido en depósitos de restos humanos no es un ciudadano preocupado, sino un carroñero político.
El seguro que se llevó la corriente
Cuando el norte del estado quedó bajo el agua en octubre, dejando una estela trágica de 35 muertos, según cifras oficiales, los veracruzanos descubrieron que el llamado seguro catastrófico era poco más que un mito urbano. La omisión de renovar esta póliza dejó a miles de damnificados a merced de la burocracia, mientras desde Xalapa se buscaban culpables en el pasado para no asumir responsabilidades en el presente.
El resultado fue un Veracruz a la deriva, dependiente de la caridad y no de su propia administración.
Obra pública: el estado paralizado
Si alguien busca las grandes obras prometidas, más vale que lo haga con microscopio. La nula obra pública se ha convertido en la marca de la casa. Las carreteras continúan siendo un campo minado de baches y violencia, mientras el presupuesto parece evaporarse en gasto corriente, estructuras administrativas o en subejercicios.
No hay cemento. Hay discurso.
Comparecencias: el gabinete desnudo
Si alguien dudaba de la incompetencia del gabinete, las comparecencias en el Congreso local disiparon cualquier duda. Pensadas como trámite, se convirtieron en exhibiciones de ignorancia, de soberbia y circo para los aplaudidores, sin GPS ,de la 4T.
El caso de Ernesto Pérez Astorga, secretario de Desarrollo Económico, fue penoso: sin cifras claras, sin estrategia, sin capacidad para explicar por qué Veracruz sigue sin atraer inversión real. Balbuceos, evasivas y lugares comunes. Desarrollo económico de discurso, no de resultados.
Peor aún fue Igor Roji, secretario de Turismo, incapaz de articular una visión mínima del potencial turístico del estado. Confundido, desinformado y desconectado de la realidad veracruzana. Un secretario que parece turista en su propia dependencia.
No fue oposición quien los evidenció. Se hundieron solos.
El saqueo silencioso a la salud: tarjetas restringidas y estantes vacíos
La infamia alcanzó niveles insospechados en el sector salud. Mientras la propaganda oficial presume modernidad, “camionetas de la salud”, trabajadores del sistema recibieron “bonos” depositados en tarjetas con uso restringido, un mecanismo perverso que limita dónde y cómo pueden gastar el dinero que ya ganaron. En los hechos, un corralito financiero para quienes sostienen hospitales y clínicas.
A ello se suma un desabasto de medicamentos imposible de ocultar con boletines. En los hospitales de Veracruz, las recetas se han convertido en cartas de buenos deseos. No hay ni lo básico, obligando a las familias más pobres a endeudarse o empeñar lo poco que tienen para comprar insumos que el Estado está obligado a garantizar.
Un estado inseguro y una universidad en la calle
El cierre de año no ofrece alivio. Con decenas de municipios bajo fuego, inseguridad y robos, la paz social es apenas un concepto teórico. Al mismo tiempo, en las calles de Xalapa, docentes de la UPAV bloquean vialidades para recordar que la educación también está en la lista de espera de una audiencia y pagos que nunca llegan.
Comunicación social: el silencio como política pública
A la tragedia se suma otro naufragio: la comunicación social del gobierno estatal. Inexistente cuando se necesita, torpe cuando aparece y soberbia cuando responde. No explica, descalifica. No construye narrativa, construye enemistades.
La gobernadora y su equipo parecen creer que callar es gobernar y que insultar sustituye a rendir cuentas. Así nació la ya célebre “temporada de zopilotes”: una etiqueta burda para encubrir incompetencia. Quien pregunta estorba. Quien documenta molesta. Quien critica, merece castigo.
Sin análisis profesional, técnico ni objetivo, el gobierno convirtió los convenios de comunicación en premios a la docilidad. Reporteros complacientes, pseudoanalistas de sobremesa y medios sin credibilidad ni lectores reales encontraron refugio presupuestal. En Comunicación Social, la zalamería cotiza al alza, el aplauso automático garantiza contrato y los “likes” se confunden con legitimidad. Celebran el ruido digital como si fuera influencia y presumen alcance como si fuera confianza. No entienden -o prefieren no entender- que en el periodismo lo que importa no es cuántos leen el mensaje, sino cuántos están dispuestos a creerlo.
No sorprende entonces que un periodista haya sido detenido bajo el absurdo cargo de “terrorismo”. En el Veracruz de Nahle, decir la verdad es más peligroso que delinquir.
La escena es clara y nadie la oculta: Veracruz navega sin timón. Un gobierno que responde tarde, comunica mal y decide peor solo puede avanzar a la deriva. Mientras la gobernadora intenta sostener el discurso desde la cubierta, su gabinete hace agua por todos lados y la estructura institucional cruje como casco viejo en tormenta. No hay coordinación, no hay liderazgo y no hay rumbo. Cada crisis -violencia, inundaciones, salud, economía- golpea como una ola más fuerte que la anterior, y el barco estatal ya no resiste parches retóricos ni promesas recicladas.
Rocío Nahle termina 2025 como empezó: rodeada de aplausos pagados y resultados inexistentes. Su gobierno presume lealtades, pero carece de rumbo. Tiene poder, pero no autoridad. Tiene micrófonos, pero no credibilidad.
Tal vez pensaron que gobernar Veracruz era como inaugurar una refinería: cortar listón, posar para la foto y culpar a otros cuando no funciona. Pero no. Un estado no se inaugura. Un estado se gobierna.
En Veracruz, se cierra un 2025 de pesadilla. Y aunque irrite, la incompetencia oficial no es una opinión: es una tragedia estatal y también es corrupción.









