La marcha de la Generación Z y del Movimiento del Sombrero en Veracruz dejó al descubierto una verdad incómoda: los jóvenes, los adultos medios y los adultos mayores ya no le creen al gobierno, y menos a una administración estatal que vive atrapada entre la simulación y la negación. No fue necesario llenar avenidas para que el mensaje sonara claro: “Estamos cansados y ustedes no gobiernan”.

En Xalapa, en Veracruz puerto, Poza Rica, Tuxpan, Córdoba, Orizaba y Coatzacoalcos, los jóvenes y la ciudadanía salieron sin tener líderes, ni partidos políticos detrás. Caminaron con carteles improvisados, banderas inspiradas en One Piece y consignas que no nacieron de partidos ni liderazgos tradicionales. No buscan un puesto, una candidatura o un aplauso del oficialismo. Buscan respuesta ante la inseguridad, la corrupción y un estado que parece extraviado. Salieron porque viven todos los días lo que el Gobierno de Veracruz insiste en maquillar: violencia que aumenta, corrupción que se normaliza y un aparato estatal que parece dedicarse más a justificar su inmovilidad que a resolver los problemas.

Las consignas de “Fuera Claudia” y “Rocío Nahle vete a Zacatecas”, de cientos de integrantes de la “Generación Z” y del Movimiento del Sombrero, se agregaron las consignas: “Fuera Morena”, “Morena y mentira, la misma porquería”, “justicia, justicia, justicia”, y “exigimos seguridad sino pueden renuncien”, además de “revocación”, “Manzo no murió, el gobierno lo mató” y “Todos somos Manzo”.

En Xalapa, tras entonar el himno nacional miles de asistentes también cantaron al unísono “Gimme tha Power“, que popularizó Molotov en 1997 luego de dedicarla contra la corrupción y el abuso del poder.

Los inconformes también recriminaron la falta de medicamentos en el sector salud del gobierno, la suspensión de cirugías y “el abandono social que mantiene el gobierno morenista en el país”

La protesta no fue perfecta ni monumental. Pero sí reveladora. Mostró a una generación que no es fácilmente manipulable, que se organiza desde la espontaneidad digital, que no necesita banderas partidistas para decir que algo está mal. Mostró también el enorme desconcierto del aparato político, incapaz de entender que la ciudadanía no busca alianzas, sino consecuencias.

La marcha, al final, no fue un fenómeno aislado: fue un síntoma. Un aviso. Una señal de que en Veracruz el cansancio ya rebasó a los adultos y empieza a empujar desde abajo, desde quienes no tienen nostalgia de viejos gobiernos ni compromisos con el actual.

La reacción oficial —previsible, torpe y francamente insultante— fue minimizar la marcha y acusar “manos externas”. Señalar a los ancianos que asistieron a la marcha para desviar la narrativa de que no fueron los jóvenes, utilizando a reporteros, propagandistas y medios afines domesticados con la dadiva de un puñado de lentejas.  El mismo guion gastado de siempre. Como si la inconformidad no se respirara en cada colonia, en cada facultad, en cada calle donde la inseguridad dicta el horario de regreso a casa.

Pretender que los jóvenes están manipulados es no sólo un error político: es una confesión de soberbia.

La Generación Z y la ciudadanía salió con banderas, con carteles, con rabia acumulada y con el valor que muchos funcionarios perdieron hace años. No marcharon para “quedar bien”. Marcharon porque nadie los está defendiendo, porque sus amigos desaparecen, porque sus ciudades se sienten cada vez más rotas, porque escuchan discursos triunfalistas mientras los datos contradicen al gobierno una y otra vez.

El mensaje no podría ser más directo: Veracruz está en crisis y quienes deberían enfrentarla están más preocupados por controlar la narrativa que por enfrentar la realidad.

Esta marcha no fue el fin. Fue el principio. Un aviso para un gobierno que sigue mirando hacia otro lado, convencido de que negar la inconformidad hará que desaparezca.

Pero los jóvenes, la ciudadanía y los adultos mayores ya despertaron, salieron del letargo.

Y, cuando una generación y la ciudadanía se cansa de ser ignorada, la historia demuestra que ningún gobierno puede darse el lujo de seguir actuando como si nada pasara.

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