Como el gobierno prohibió viajar al exterior por el coronavirus, los sauditas acaudalados deben vacacionar en su país.

Son las vistas del desierto donde un oasis artificial se ha levantado sobre dunas de color salmón, derrochando dinero tras un año de pandemia y en un momento en que el reino petrolero intenta impulsar el turismo nacional.

El coronavirus ha obstaculizado la aspiración del mayor exportador de crudo del mundo: convertirse en un nuevo destino turístico y de ocio para subsanar su hiperdependencia del oro negro.

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Para esta estrategia a largo plazo, en los últimos años organizó festivales musicales y competiciones deportivas ante un público mixto y reabrió los cines, que estuvieron prohibidos durante mucho tiempo.

“Riyadh Oasis”, situado cerca de la capital, viene a ser un refugio de alta gama en el desierto. Con sus estanques bordeados de palmeras, sus restaurantes efímeros y las carpas de lujo, atrae a los saudíes más ricos, acostumbrados a gastar miles de millones de dólares en el extranjero.

“Agua, palmeras, arena: el oasis lo tiene todo”, afirma un guía saudí a los visitantes, rodeado de autos Maserati o Bentley.

El oasis se inauguró a mediados de enero para una temporada de tres meses, pero ha generado resentimiento entre aquellos que no son ricos, en un país sometido a medidas de austeridad.

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