Cuando pensamos en la Democracia, ese sistema en el que el pueblo es soberano, la asociamos con las elecciones, pues en muchos países es la única oportunidad en la que sentimos que podemos participar.

Curiosamente, en la cuna de la democracia, la antigua Atenas, donde ésta nació y se desarrolló durante casi 200 años, las elecciones eran consideradas como antidemocráticas.

Para los atenienses clásicos, los comicios siempre privilegiaban las diferencias entre los candidatos, fuera riqueza, familia o educación.

Eso no quiere decir que no se valieran del voto nunca: así elegían a quienes asumían ciertos puestos para los que se requerían expertos, como el de los generales del ejército, y tomaban otras decisiones importantes, como la de condenar a muerte a uno de los antidemocráticos más famosos y francos, Sócrates.

Sin embargo, evitaban usar las elecciones para escoger a funcionarios del gobierno o jurados.

La idea era que la de Atenas fuera “la administración de muchos en lugar de pocos; por eso se llama democracia”, como dijo Pericles en su “Discurso fúnebre”, según el historiador del siglo V a.C. Tucídides.

Para los atenienses, la mejor manera de seleccionar a quienes asumieran posiciones de autoridad o poder era por medio de lo que conocemos como insaculación, pues aseguraba que todos los candidatos estuvieran en igualdad de condiciones.

Todos en el mismo saco

La insaculación se utilizaba para elegir a la mayoría de los magistrados —como manejar el tesoro—, para sus comités de gobierno y para ser jurados.

El azar, entonces, era uno de los elementos de la democracia en Atenas, y todos los ciudadanos tenían la misma oportunidad de participar.

Y, para garantizar una aleatoriedad absoluta en la asignación de posiciones cívicas particularmente importantes, tenían una máquinas llamada el kleroterion.

Estaba compuesta de una piedra con unos agujeros cortados en varias líneas verticales, un tubo de madera y unas bolas.

Entonces, los ciudadanos aptos que se presentaban para asumir ciertos cargos entregaban unas fichas de bronce en las que estaban inscritos sus nombres.

Esas fichas se insertaban en los agujeros de la roca.

Cuando estaban todos llenos, se introducían las bolas blancas y negras en el tubo, que terminaba con un dispositivo accionado por una manivela.

Cada vez que la manivela daba un giro, salía una bola. Si era negra, la primera fila de fichas era retirada, lo que quería decir que los ciudadanos cuyos nombres aparecían en ellas no iban a participar en esa ocasión.

Si la bola era blanca, la fila de fichas permanecía en su lugar, dando cuenta del primer grupo de elegidos.

Y así seguía la selección de quienes tomarían decisiones.

Si los elegidos iban a asumir posiciones de poder eran sometidos a un examen para evitar funcionarios incompetentes.

El poder corrompe

El principio fundamental detrás del proceso de clasificación se originaba en la firme creencia de que el “poder corrompe”.

Las posiciones estatales tenían un alto grado de responsabilidad y solo se asignaban por un período limitado, para minimizar el abuso y la corrupción.

El kleroterion evitaba las prácticas utilizadas por los oligarcas para comprar su acceso a posiciones importantes, y le proporcionaba a los atenienses una forma definitiva de garantizar que los órganos importantes de su sistema de democracia no estuvieran contaminados por la corrupción.

La máquina, combinada con el hecho de que la mayoría de los jurados estaban formados por 500 personas, hacía que sobornar de antemano fuera una imposibilidad práctica, ayudando a tranquilizar a los ciudadanos de Atenas pues sabían que cuando se tomaba una decisión, se hacía solo con la fuerza de los argumentos.

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