Donald Trump ha reaparecido en la escena política, pero aún hay que esperar para verlo en persona. Por lo pronto, una estatua dorada del expresidente ha hecho su aparición en la Conferencia de Acción Política Conservadora, un evento que anualmente reúne a líderes y simpatizantes de la derecha estadounidense. Y a algunos esa efigie les ha evocado al borrego de oro que, en la Biblia, los israelitas crearon y adoraron faltos de fe cuando Moisés subió al Monte Sinaí.
La lealtad que en estamentos de la derecha radical existe hacia Trump es singular, y la influencia que el expresidente mantiene en el Partido Republicano, y en general en el entorno conservador es sustantiva, pese a su caústica gestión en la Casa Blanca, su narcisismo, su incapacidad para colocar los intereses nacionales por encima de los suyos, su desastrosa y politizada gestión de la respuesta ante el covid-19, y su responsabilidad en el asalto al Capitolio que, el 6 de enero pasado, protagonizó una muchedumbre de sus seguidores.
Para muchos de ellos, intoxicados por teorías conspirativas como QAnon y las que el propio Trump difundió para hacer creer, falsamente, que la elección presidencial de noviembre de 2020 que perdió fue fraudulenta, la figura del expresidente tiene toques de culto, algunos incluso comparan ese fenómeno con el de una secta.
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Ciertamente, muchos de quienes siguen a Trump lo hacen por conveniencia y crudo pragmatismo político, pues Trump concita el apoyo de una enorme masa de votantes, que además son fuente de sustanciales donaciones de dinero. Muchos funcionarios, legisladores y funcionarios republicanos, o aspirantes a serlo, ven en Trump el mejor apoyo para asumir o retener poder, y una ruda amenaza en caso de que él decidiera ponerse en su contra en los procesos primarios.
Pero para otros, quizá, el culto a Trump va más allá y tiene un componente de singular idolatría, una mezcla de fervor político con elementos pseudorreligiosos que se expresan en el crédito que los simpatizantes del expresidente dan a sus teorías conspirativas y distorsiones y al respaldo que, pese a sus agravios y falencias (algunas incompatibles con los preceptos cristianos y conservadores que defiende CPAC), le conceden incondicionalmente.
El becerro de oro trumpista que debutó en CPAC es, así, un curioso símbolo que algunos encuentran revelador: señalaría que una parte sustantiva de la derecha estadounidense habría abjurado de sus principios históricos e incluso de algunos de sus valores morales para seguir a un líder que ciertamente es distinto y magnético pero que también resulta tóxico para la nación y que está en las antípodas de lo que sería un líder del conservadurismo cristiano y compasivo.
El video publicado por un reportero de la agencia Bloomberg mostró la entrada a la sala de convenciones donde se celebra CPAC de la citada estatua de un nuevo becerro de oro, o más bien de un dorado Donald Trump.
Otros no van tan lejos y simplemente creen que se trata de un muñeco más bien ridículo.
Para colmo, la vestimenta de la dorada estatua de Trump no le ayuda a lucir monumental o presidencial, pues sus pantaloncillos cortos con el diseño de la bandera estadounidenses y una combinación de camisa, saco y corbata que ajusta mal y luce desaliñada lo hacen ver más como una suerte de acelerado Bart Simpson o un rapero a media cocción. Sea como sea, por lo que se ve en el video la estatua gustó entre los asistentes a CPAC, y se escuchan voces que, a su paso, cantan “cuatro años más” o simplemente “asombroso”.
Al final, dejando aparte alusiones bíblicas, Trump ciertamente aparecerá en CPAC este domingo, con un discurso en el que, se dice, no solo se declarará prematuramente el virtual nominado republicano a la presidencia y presumiblemente retomará sus alegatos de que la elección presidencial le fue robada sino que también comenzará a cobrarse cuentas pendientes con quienes, en el Partido Republicano y fuera de él, no lo han seguido con el fervor que él desea.
En CPAC Trump se ostentará como el líder del Partido Republicano y de la derecha y buscará posicionarse como la única figura, en su lógica, capaz de frenar a Joe Biden y los demócratas y devolver a los republicanos el control del Congreso, en 2022, y la Casa Blanca en 2024.
Es incierto que lo logre, pero sin duda Trump cuenta con enorme empuje. Por ejemplo, el senador y excandidato presidencial republicano, Mitt Romney, quien se ha opuesto a Trump y votó en su contra en sus dos juicios de impeachment, reconoció que en el contexto actual Trump ganaría la primaria presidencial republicana y sería el candidato de su partido. El líder senatorial republicano Mitch McConnell, actualmente distanciado de Trump, dijo que si Trump fuese el nominado en 2024, él lo apoyaría, pese a que antes McConnell dijo que Trump tuvo responsabilidad en el asalto al Congreso.
Aún queda largo trecho de aquí a 2024, y la elección intermedia de 2022 será de gran relevancia, pero dentro de CPAC parece claro que la derecha republicana sigue leal a Trump, a quien ven como su figura mayor, becerro dorado o gallina de huevos de oro político, en un entorno enormemente polarizado y donde, desafortunadamente, distorsiones y teorías conspirativas campean severamente.