Guillermo Padilla atravesó por el momento más impactante de toda su vida cuando él y su familia se vieron amenazadas por la guerra en Ucrania tras la invasión de Rusia.

Los acontecimientos que han marcado al mundo en el último par de años han perseguido al joven oriundo de Ciudad de México, pues en 2020 tuvo que dejar su residencia en China junto a su esposa, Anna (de nacionalidad ucraniana) tras el brote de la pandemia de covid-19 que inició en ese país, pero después se extendió a todo el mundo.

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Así, la ciudad de Vasilkov, en Ucrania, fue el destino que tuvieron para su nueva vida; allí se encontraron con un pueblo enterado de las tensiones con Rusia, pero con la certeza de que una intervención jamás sucedería, hasta que llegó el 24 de febrero, el día que Putin ordenó la operación militar.

Esto le hizo pensar a Guillermo que su vida terminaría a sus 33 años. “Fue una semana muy muy larga, siendo sincero, pensaba que no la iba a contar. Pensé todo lo malo que me podía pasar; pero los pilares como mi esposa y mi familia en México me dieron la fuerza para poder salir del miedo que la guerra me provocó”, dijo en entrevista con Yahoo en Español.

Los locales tenían muy presente el conflicto desde la adhesión de Crimea a Rusia en 2014. Incluso mencionó que en 2021 se hicieron ejercicios bélicos en la frontera a manera de “prueba”, con lo que la tensión aumentaba, pero una invasión oficial seguía pareciendo imposible para ellos.
La Guerra llegó a él

Entre el sueño y el natural frío, el celular de Anna despertó la inquietud con una llamada a las 6 de la mañana, esa fue la forma en el que el conflicto se presentó a la vida de Guillermo y su esposa. Una de las amigas de ella le notificaba la situación.

El desconcierto y la duda llegaron a la mente de Guillermo, pero Anna, quien fue la primera en recibir la noticia, salió veloz con destino al banco a sacar dinero para afrontar la inminente crisis.

“Cuando escuché que habían invadido a Ucrania el pánico nos entró a todos. Abro las ventanas y se ve a toda la gente en las calles haciendo filas en las tiendas, cajeros, en el teléfono. Preocupación y una excesiva tensión era lo que se sentía; me dio un ataque de pánico y no sabía qué hacer”.

En medio de la pesadez de un ambiente aún no tocado por las balas, Guillermo decidió empacar las cosas más elementales y se deshizo de pertenencias que en ese momento dejaron de tener sentido y utilidad.

Todo el día se ocupó para prepararse, y aunque hasta ese momento Vasilikov no había sido víctima de un ataque, los aviones y su estruendo alimentaban el estrés y miedo de los ciudadanos como Guillermo y su familia.

La decisión que tomaron, anticipando el primer ataque a la localidad, fue refugiarse en un búnker colectivo. Llegaron allí en la noche, y estando en el lugar los primeros disparos se hicieron presentes: aquellas ráfagas le arrebataron el sueño de la primer noche a Guillermo, quien ante la desesperación solo sacó a su perro y unas cuantas cobijas de su apartamento para poder pasar la velada.

Cómo es vivir en un búnker

Alrededor de 100 personas compartieron espacio con el mexicano, quien era el único hombre extranjero de allí. Ese miedo y preocupación se fueron diluyendo ante la idea de que el ejército ruso no atacaría a civiles, pero volvió cuando se enteraron que los disparos fueron indiscriminados.

Las reglas que existían dentro eran sencillas: no tomar fotografías por posible hackeo de los rusos, desactivar la ubicación del teléfono y respetar los horarios que se establecieron para salir y entrar.

Contrario a lo que se pudiera pensar, existía libertad de salida, no eran prisioneros de un cuarto a merced de la lucha. Sí había oportunidad de salir durante la mañana y parte de la tarde, esto ya que los embates -mayormente de guerrillas- se llevaban a cabo durante la noche; la salida era a las 8 de la mañana y el toque de queda para volver era a las 4 de la tarde, en ese tiempo, los refugiados podían comprar víveres, comunicarse o recoger más pertenencias de sus hogares.

En medio de aviones sobrevolando la zona, la suegra de Guillermo preparaba la comida en su apartamento “vaciado” por la necesidad de migrar de un hogar a un cuarto subterráneo, frío y desolador pero animado por la actitud esperanzadora de los ucranianos.

Durante los seis días que se mantuvieron dentro, la familia de Guillermo pudo comunicarse con él para apoyarlo durante los momentos más álgidos. De hecho, ellos fungieron como un soporte de la incertidumbre aunque no lo pudieron ver dentro del refugio. Mismo que a través de donativos y demás fuentes se abastece de víveres.

A pesar de sus ganas por captar la realidad del espacio, se limitó a no tomar ninguna fotografía o video dentro del búnker, ya que estaba prohibido y podría generarle un grave malentendido.

“En el búnker no tomé fotos, porque aunque moría por documentar la situación, no nos lo permitían. Además, en la ciudad había muchos espías/saboteadores. Estas personas llegaron al pueblo un año atrás; se hacían pasar por buenos pero lo hacían para documentar e informar, entonces, si lo hacía siendo extranjero y a escondidas pensarían que soy uno de ellos”, manifestó.

La comunicación con las autoridades mexicanas

Pese a que existe el total agradecimiento de Guillermo hacia las autoridades correspondientes por poder evaluarlo de Ucrania y regresarlo a él y a su familia a México, el proceso no fue para nada sencillo.

“Yo me comunique con la embajada antes de la invasión para preguntar qué acciones procedían. Después, cuando llegó la invasión, los bombardeos y tiroteos pensé que cada minuto era vital. Me volví a comunicar con ellos pero no podían llevar a cabo el plan de evacuación”, contó.

“La cancillería estuvo en contacto conmigo constantemente y me dijeron que no me preocupara, que nos iban a sacar a toda costa. Mi caso era más difícil porque yo no era de la capital, yo vivía a las afueras; en mi ciudad no estaban permitidas las salidas ni las entradas por nadie”, aseveró al mismo tiempo que explicó que su tuit viral fue de gran ayuda.

Después de una larga espera, por fin se pudo idear un plan de escape de Vasilkov. Un camión partiría de Kyev con mexicanos con destino a Rumania, y en el camino colindaban con una carretera cercana al búnker de Guillermo, y esa fue la oportunidad que no podía desaprovechar, quizás era la única.

Tras un acto de nobleza de su cuñado, quien los llevó al punto de encuentro, y a pesar de que las balas lo persiguieron durante el camino, pudo encontrarse con el autobús que los sacaría de Ucrania.

Dos de los héroes de Guillermo

Al casarse con Anna, jamás pensó que en su familia pudiera encontrar a dos héroes como su cuñado y su suegra. Tioma, hermano de Anna, le demostró total valentía: se enlistó para las fuerzas armadas y arriesgó su vida para transportarlos al punto de encuentro con el transporte mexicano.

Alla, madre de su esposa, tuvo la oportunidad de salir junto con Guillermo, sin embargo decidió no hacerlo. Decidió abandonar la libertad y quedarse en la guerra para apoyar a su hijo en el ejército y a toda su localidad. Ella cocina para Tioma y más personas y afirma que “quiere darle fuerza a él y a Ucrania a través de sus acciones”.

Su llegada a México y presente

Un día en Rumania fue suficiente para revivir las esperanzas en le gente, la calidez de los locales devolvió, de cierta manera, la tranquilidad a Guillermo y su familia. Con total pérdida de la noción del tiempo y fechas, llegó directamente a la Ciudad de México en dónde fue recibido por su madre, quien con el apoyo del gobierno de Querétaro pudo hacer el viaje para recogerlo.

Actualmente residen en Querétaro con su familia y están lejos de la guerra que ha golpeado a un pueblo ucraniano en resistencia; tanto él como su localidad en Ucrania buscan salir adelante y una de las formas para hacerlo es a través de donativos.

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