Después de la derrota de su primogénito candidato a la gubernatura en las elecciones del domingo, en palacio de gobierno se empieza a especular en el sentido de que el gobernador Miguel Ángel Yunes Linares no exigirá cuentas a quién se la quedó a deber, sino, más bien, buscará insistentemente a quién o a quiénes se la paguen.
Seguramente a estas alturas de lo que fue el más importante partido de su vida, ya determinó quienes no hicieron bien la tarea, quiénes se pasaron de simuladores, y quienes de sinvergüenzas y desleales traidores.
Aseguran en los pasillos del inmueble de la calle de Enríquez, que el gobernante no perdonará a quienes lo hubieran traicionado y menos a aquellos que dejaron en el más miserable ridículo a su hijo mayor, a quien ha venido impulsando desde hace muchos años para que destaque en la política estatal y nacional.
Todos recuerdan los 80 mil jarochos que casi adelantaron la llegada de Yunes Márquez a la gubernatura, aquella cálida tarde de finales de junio en el Malecón de Veracruz.
Y desde luego que pasará las facturas a los ineptos operadores políticos de su partido, comenzando por Pepe Mancha y Sergio Hernández así como las tribus franquistas del PRD. Aunque también, pasará a la báscula a diez o veinte gordos duartistas que zorrunamente le hicieron sentir que podían ayudarlo a ganar la gubernatura de su hijo Miguel Ángel.
Tarde comprendió el gobernador, el tremendo error de haber dejado libres a personajes como Carlos Aguirre, Harry Grappa, Gabriel Deantes, Ricardo Sandoval, Ricardo García Guzmán y otros más, que pronto dejarán de tener fuero constitucional como Alberto Silva, Erick Lagos, Jorge Carballo, Adolfo Mota, Vicente Benítez, Juan Manuel del Castillo y otros que hacen el papel de legisladores.
Cinco meses faltan de su gestión, cinco meses en que el gobernador está obligado a dar resultados a los veracruzanos, para no pasar como el peor mandatario de Veracruz, por haber dejado libres a esos infieles exfuncionarios que enriquecieron a su paso por las dependencias de la administración.
Por si no hay forma de que entregue obras y servicios públicos a la población, no es mala idea que lleve a cabo un justiciero programa de castigo a los corruptos exfuncionarios del régimen anterior, que hasta ahora nadie ha tocado ni con el pétalo de una rosa.
El cuchillo está afilado y los próximos meses de transición son de pronóstico reservado.