Es fácil recordar lo que hacíamos el 19 de septiembre del 2017. Esa fecha no se la saca uno de encima nunca más. Hubo quienes escucharon la alerta sísmica. Otros, los más, tuvieron que asimilar el sismo a la vieja usanza: el crujir del piso invadiendo los tímpanos y los gritos desaforados por todas partes. Un caos instantáneo para el que todavía no existe analgésico ni mucho menos amnésico.

Esas heridas nunca cierran. Como cuando nos platicaban del temblor del 85 –a quienes no lo vivieron– y en esos relatos imaginábamos un terror sin retorno. ¿Quién iba a decir que un día lo viviríamos en alta definición? ¿Y quién le iba a decir a quienes padecieron aquello que una secuela les esperaba 32 años después? El mundo se acaba por unos segundos. O quizá por más tiempo, porque el panorama inmediato provoca un desconsuelo propio de cualquier apocalipsis.

El megasimulacro que tendrá lugar el 19 de septiembre es un regreso a ese escozor eterno que representa vivir en una zona telúrica. Basta recordar que minutos antes de las 13:15 horas de ese 19 de septiembre del 17 hubo un simulacro, precisamente, en conmemoración del sismo mayor (el del 85). La crueldad de los hechos fue insuperable: todos nos preguntamos por qué no ocurrió antes, justo a la hora del simulacro, como si eso hubiera bastado para aminorar la ira natural de las placas tectónicas y sus funestas consecuencias.

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Tampoco juguemos de puristas. Porque hacer un simulacro es casi siempre una tarea aburrida que, para mal, suele ser tomada a juego –basta haber practicado uno en la escuela para darse cuenta–. Y en el lado realista de las cosas, podemos contar que nunca es suficiente esa preparación para afrontar un sismo a la mera hora: una cosa es la teoría templada y otra la adrenalina del instante en la que se aplica una de las máximas mexicanas más socorridas de todos los tiempos: sálvese quien pueda.

Pero todavía estamos a tiempo de revertir eso. Es cierto que esta tarea conlleva una regresión al dolor. Y así será siempre. También es necesario abrazar el miedo y reconvertir en aprendizaje todo trauma que nos haya dejado aquel fatídico martes. A las 12:19 de este lunes, en todas las escuelas, empresas y edificios públicos se llevará a cabo el acto protocolario: escuchar la alerta sísmica, bajar cuidadosamente quienes tengan que hacerlo, resguardarse en puntos clave algunas personas más, y mantener un orden pulcro en todo momento. Además de la consabida calma adjudicada a estas situaciones.

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